sábado, 26 de noviembre de 2022

Kant, Inmanuel. En: Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, (Transcripción: Leonel Silva)

 

Se ha distinguido a menudo en el pensamiento filosófico de Kant entre tres fases o períodos: (I) el período pre-crítico, anterior a 1781 –fecha de publicación de la primera edición de la Crítica de la razón pura—y aun anterior a 1771, cuando escribió a su amigo Marcus Herz que preparaba una obra titulada Die Grenzen der Sinnlichkeit un der Vernunft (Los límites de la sensibilidad y de la razón), la cual terminó por ser la citada Crítica de la razón pura; (2) el período crítico, hasta 1790, fecha de publicación de la “tercera Crítica”: la Crítica del juicio; (3) el período post-crítico, desde 1790 hasta la muerte del filósofo. Se ha indicado, además, que el primer período se caracteriza por su apego a la metafísica dogmática siguiendo el modelo de Leibniz-Wolff; el segundo período se caracteriza por el criticismo propiamente dicho; y el tercer período se caracteriza por una especie de “recaída” en la metafísica.

La distinción en tres fases o períodos en el pensamiento de Kant es útil para una primera presentación de este pensamiento, pero ni debe tomarse literalmente ni menos aun debe equipararse con una supuesta serie “metafísica dogmática-criticismo-recaída metafísica”. Los que han estudiado un poco a fondo a Kant han descubierto que aunque hay en Kant una evolución ésta no puede siempre simplificarse de la manera apuntada. En efecto, por un lado la evolución del pensamiento kantiano es mayor y más compleja que la resultante de la división en tres períodos (como lo ha mostrado H. J. de Vleerschauwer aun limitándose a una fase del pensamiento kantiano). Por otro lado, hay mayor continuidad en dicho pensamiento del que permite suponer una división en períodos. La continuidad se manifiesta, además, en el mismo modo como Kant ató cabos filosóficos para elaborar su propia doctrina. El pensamiento de Kant es en gran medida un “punto y aparte” en la historia de la filosofía moderna. Pero es un “punto y aparte” que continúa muy estrechamente el “párrafo anterior”. Ello hace que se puedan encontrar numerosos antecedentes de la doctrina kantiana –no sólo en Hume, sino también en el pensamiento de autores como Baumgarten, Lambert, Maier y Tetens. Pero estos antecedentes, sin los cuales no existiría el pensamiento de Kant, no producen por sí solos a Kant. (…).

Kant se interesó desde el principio por cuestiones científicas; la mecánica de Newton era para Kant, lo mismo que para muchos coetáneos suyos, el modelo de una teoría científica, no sólo por el contenido, sino también, y hasta sobre todo, por el método. Pero Kant trató también de buscar el fundamento del conocimiento científico de tipo newtoniano, la “explicación de los primeros principios del conocimiento metafísico”. Durante un tiempo pensó que esta explicación podía hallarse en algunas de las doctrinas de Leibniz y de Wolff. No en todas ellas, ciertamente, porque muy pronto advirtió Kant (como había hecho lambert, entre otros) que hay una especie de abismo infranqueable entre los principios de una metafísica “dogmática” y los “principios matemáticos de la filosofía natural”: aquellos son, por así decirlo, demasiado “vacios” para poder dar cuenta de éstos. Sin embargo, estimó que después de una suficiente crítica podrían salvarse algunas ideas de la llamada “Escuela de Leibniz-Wolff”. Había que distinguir cuidadosamente por lo pronto entre la metafísica y la matemática. Además, había que refinar los principios de la teología natural. Finalmente, había que mostrar en qué relación se hallaban las realidades sensibles con las inteligibles en vez de derivar simplemente las primeras de las últimas. Al proceder a elaborar las ideas que debían conducirlo a una más sólida fundamentación de la ciencia, Kant se encontró, sin embargo, con un obstáculo que era a la vez una incitación: la crítica de Hume –especialmente la crítica de la noción racionalista de la causalidad. Hasta entrar en contacto con el pensamiento de Hume, Kant había permanecido, no obstante sus esfuerzos por modificar desde dentro los principios metafísicos leibnizo-wolffianos, en un estado de “sueño dogmático”, y fue sólo Hume quien –como reconoce en la introducción a los Prolegómenos a toda futura metafísica— lo “despertó de su sueño dogmático” (…) En vista de lo anterior, se ha dicho a menudo que el pensamiento de Kant en su “madurez crítica” se constituyó como consecuencia del abandono completo de Leibniz y Wolff, que resultaban incapaces de salvar a la física de Newton –y, en general, a toda ciencia—del naufragio que podía experimentar a consecuencia del “escepticismo de Hume”. Aunque hay no poco de verdad en esta suposición, debe tenerse en cuenta que Kant no abandonó a Leibniz y a Wolff por completo. Se ha pensado inclusive (Gottfried Martin) que el criticismo de Kant se entiende mejor cuando se ve como una especie de reformulación de ciertas ideas de Leibniz. En todo caso, en lo que toca, por ejemplo, al problema del espacio y del tiempo, la doctrina de Kant está más cercana al “relacionismo” de Leibniz que el “absolutismo” de Newton (o, mejor, de Clarke). En cuanto a Wolff, lo que encontraba inadmisible en él era la pretensión dogmática, pero no la intención sistemática: la filosofía sigue siendo para Kant, como para Wolff, un sistema y no una rapsodia. Ocurre sólo que hay que preparar este sistema cuidadosamente desbrozando el camino de obstáculos y afrontando sin ambages el problema planteado por Hume. (…).

Kant admite por lo pronto que todo conocimiento comienza con la experiencia. Pero indica a la vez que no todo él procede de la experiencia. Ello significa que la explicación genética del conocimiento, al modo de Hume, no es para Kant totalmente satisfactoria: resolver la cuestión del origen no es todavía resolver el problema de la validez. Pues la experiencia no puede por sí sola otorgar necesidad y universalidad a las proposiciones de que se compone la ciencia y, en general, todo saber que aspire a ser riguroso. Es necesario preguntarse, pues, cómo es posible la experiencia, es decir, encontrar el fundamento de la posibilidad de toda experiencia. A este efecto Kant procede primero a la clasificación de los juicios en analíticos y sintéticos (v.) a priori (v.) y a posteriori. En los juicios analíticos el predicado está contenido en el sujeto; por eso son ciertos, pero vacios. En los juicios sintéticos, el predicado no está contenido en el sujeto; por eso no son vacios, pero tampoco absolutamente ciertos. Los juicios a priori son los formulables independientemente de la experiencia; los juicios a posteriori son los derivados de la experiencia. Si, como suponían (por distintas razones) Leibniz y Hume, los juicios analíticos son todos a priori y los sintéticos todos a posteriori, no parece que pueda escaparse o a una metafísica dogmática racionalista o a una teoría del conocimiento escéptica empirista. En efecto, o los juicios sintéticos a posteriori son reducibles a juicios analíticos a priori, en cuyo caso no hay nunca certidumbre completa respecto a los principios del conocimiento. Pero sí se supone que el conocimiento real se funda en juicios sintéticos a priori, es decir, en juicios capaces de decir algo sobre lo real con carácter universal y necesario, entonces hay que preguntarse por la posibilidad de tales juicios: es el tema de la crítica de la razón, la cual debe proceder a un análisis de sus propios poderes como preparación para una metafísica “como ciencia”.

Kant pregunta cómo son posibles los juicios sintéticos a priori en la matemática y en la física (o conocimiento de la Naturaleza); pregunta, además, si tales juicios son posibles en la metafísica. El examen de este grupo de cuestiones es el objeto de la primera parte (la “doctrina trascendental de los elementos”) de la Crítica de la razón pura, a la cual sigue una segunda parte (la “doctrina trascendental del método”). Dicha primera parte se divide en una “estética trascendental” y en una “lógica trascendental”. La “lógica trascendental” se subdivide en una “analítica trascendental” y en una “dialéctica trascendental”. El adjetivo “trascendental” es fundamental en Kant. Prescindiendo ahora de la difícil, aunque cierta, relación que existe entre el sentido de “trascendental” en el lenguaje kantiano y el sentido de “trascendental” en la doctrina clásica de los “trascendentales”, admitiremos que “trascendental” es el nombre de todo conocimiento que no se ocupa tanto de los objetos como del modo de conocerlos. Por eso la filosofía trascendental kantiana es sólo “la idea de una ciencia” cuyo plan arquitectónico debe trazar la “Crítica de la razón pura”. Pero, además, y sobre todo, “trascendental” es el nombre de un “modo de ver” y también el nombre de “algo” que no es ni el objeto ni tampoco el sujeto cognoscente, sino una relación entre ambos de tal índole que el sujeto constituye trascendentalmente, con vistas al conocimiento, la realidad en cuanto objeto. La filosofía trascendental es, así, la reflexión crítica mediante la cual lo dado se constituye como objeto del conocimiento. Y el conocimiento es por ello en cada caso un proceso de síntesis (y de unificación) que puede llamarse “síntesis trascendental”.

La estética, la analítica y la dialéctica trascendentales corresponden a los tres planos de la sensibilidad, el entendimiento y la razón. El entendimiento y la razón, por otro lado, son los planos para cuya constitución es menester una lógica trascendental y no sólo una crítica de la sensibilidad. (…)

En la estética trascendental se pregunta Kant por la posibilidad de la matemática en cuanto compuesta de juicios sintéticos a priori. Tales juicios son intuiciones en el espacio y en el tiempo, los cuales son las formas a priori de la sensibilidad por las cuales se asegura no sólo la validez de las proposiciones matemáticas, sino también, y sobre todo, su aplicabilidad a la experiencia. Kant parte de que lo dado como tal carece de orden y forma; debe, por tanto, ser ordenado y formado, y sólo un elemento a priori puede ejecutar semejante operación, que es una operación sintética o unificadora. No repetiremos aquí lo dicho a propósito de la concepción kantiana del espacio y del tiempo en los correspondientes artículos. Nos limitaremos a recordar que espacio y tiempo son para Kant formas de los sentidos externo e interno respectivamente. Espacio y tiempo adquieren con ello, según la llama Kant, “idealidad trascendental”. Pero también “realidad empírica”. En efecto, espacio y tiempo, en cuanto intuiciones a priori, no son cosas en sí. Pero no son tampoco resultado de la actividad subjetiva individual: son modos de intuir que no necesitan limitarse a la sensibilidad humana, pues son condiciones de conocimiento para todo sujeto cognoscente en general. (…)

Más compleja, y discutida, que la “Estética trascendental” es la “Analítica trascendental”. El fundamento de ésta es la idea de una lógica trascendental que tiene la misma forma que la lógica, pero que difiere de ésta en cuanto es una “lógica del empleo del entendimiento”. No se pueden conocer los fenómenos de la Naturaleza mediante el puro pensar (especulativo), el cual es “vacio”. Tampoco se pueden conocer mediante las puras intuiciones, las cuales son “ciegas”: sólo la conjunción del pensamiento con la intuición permite el conocimiento efectivo de lo real que sea a la vez universal y necesario. Los sentidos no piensan; el entendimiento no intuye. Pero tan pronto como el entendimiento se aplica a las intuiciones se engendran las condiciones mediante las cuales es posible el conocimiento de los fenómenos. Se trata para Kant de determinar en qué consiste y cómo es posible el conocimiento empírico –en el sentido kantiano de “empírico”— en cuanto conocimiento determinado o, si se quiere, objetivado por medio de los conceptos y de los principios del entendimiento (V.). Los datos sensibles no proporcionan conocimiento universal y necesario. Las puras formas del entendimiento como formas lógicas dan lugar a enunciados universales y necesarios, pero no todavía “objetivos”, esto es, aplicables a fenómenos que de este modo, por medio de tal aplicación, se constituyen en “objetos”. Conocer es, en suma, conjugar lo dado (V.) con lo puesto. Este último está formado por las categorías (V.), derivadas de las formas del juicio (V.). Las categorías o conceptos puros del entendimiento deben ser “deducidas” – esto es, “justificadas”. A ello responde la “deducción trascendental” (v.) – o justificación trascendental del empleo de los conceptos puros. Determinar cómo son posibles los conceptos puros del entendimiento equivale a investigar cuáles son las condiciones a priori en las cuales se funda la posibilidad de la experiencia. Esta determinación se lleva a cabo por medio del examen de varias “síntesis” – la síntesis de la aprehensión en la intuición; la de la reproducción en la imaginación; y la del reconocimiento en un concepto. En rigor, conocer es “sintetizar”, esto es, “ligar”, “ligar” lo múltiple en la unidad del concepto. La operación de “ligar” y de “sintetizar” alcanza su culminación en la “unidad sintética de la apercepción” (v.), que es el fundamento de la unidad de todo objeto como objeto del conocimiento y a la vez el fundamento de la unidad del sujeto como sujeto cognoscente. Pero ninguna de las síntesis va nunca más allá de la “experiencia posible”; si tal ocurriera no habría ya conocimiento, pues conocer es básicamente unificar lo múltiple y no trascender lo múltiple por medio de una síntesis puramente racional. (…)

La aplicación de los conceptos a lo dado no se lleva a cabo de modo directo, pues entre lo dado y el concepto debe encontrarse un elemento que sea parcialmente homogéneo a cada uno de ellos. Este elemento es el esquema (v.) del entendimiento. A base del esquematismo trascendental podrá bosquejarse el sistema de los principios del entendimiento puro y establecer la conexión entre los principios del conocimiento y las leyes básicas de la ciencia de la Naturaleza. El sistema de los principios del entendimiento constituye, así, la base para todo “juicio empírico” (en el sentido de “juicio científico”), el cual adquirirá entonces las condiciones de universalidad y necesidad que, según Kant, constituyen la característica fundamental de las proposiciones de la física de Newton. (…)

Con todo ello se cumple lo que Kant llama “la revolución copernicana”, en la cual el sujeto gira en torno al objeto para determinar las posibilidades del conocimiento en vez de que el objeto gire en torno al sujeto. Lo último supone que el objeto es una cosa en sí o un nóumeno (v.) y que es accesible a nuestra facultad cognoscitiva. Lo primero acepta que lo conocido sea sólo fenómeno (v.) y que para llegar a ser conocido haya sido “constituido” como objeto de conocimiento. (…)

La “Estética trascendental” y la “Analítica trascendental” son básicamente “constructivas”. La “Dialéctica trascendental” es, en cambio, primeramente “destructiva”. En efecto, el objeto de esta “Dialéctica” es mostrar la naturaleza de la “ilusión metafísica”, la cual es distinta de las ilusiones física (por ejemplo, óptica) y lógica en cuanto que estas últimas pueden ser “rectificadas” mientras que la primera sigue en pie. Ello demuestra, dicho sea de paso, que la “ilusión metafísica”, es a la vez una “necesidad humana”. El hombre no puede conocer, o probar por la razón especulativa la existencia de Dios (como pretendía la “teología racional”) o el mundo como conjunto (como pretendía la “psicología racional”). Pero no puede dejar de plantearse estas cuestiones: Dios, libertad, inmortalidad). Lo que la “crítica de la razón” debe hacer es demostrar que estas cuestiones no son “teóricas”, sino “prácticas” – es decir, “morales”. Las ideas de Dios, la libertad y la inmortalidad –o las ideas de libertad e inmortalidad y el “ideal” de Dios—surgen como temas de la razón especulativa cuando el sujeto sale de los límites de la experiencia posible trazados por la crítica de la razón y aspira a conocer algo que es real y absolutamente incondicionado. Análogamente a como Kant tomó como base de su sistema de categorías la tabla de los juicios (v.), tomó como base para su examen de las ideas de la razón pura los esquemas de los silogismos: el silogismo categórico, el hipotético y el disyuntivo, que corresponden respectivamente a tres tipos de unidad incondicionada postulada por la razón pura. En el silogismo categórico la razón postula un sujeto pensante incondicionado, metafísicamente real y no sólo gnoseológicamente condicionante. En el silogismo hipotético la razón postula la unidad de la serie de las condiciones de la apariencia. En el silogismo disyuntivo la razón postula la unidad absoluta de las condiciones de todos los objetos del pensamiento en general. En todos estos casos tenemos la razón funcionando en el vacío. Hay que denunciar, pues, este ilegítimo funcionamiento de la razón y ello se lleva a cabo mostrando las antinomias (V.) y los paralogismos (V.) de la razón pura, así como el carácter no probatorio del argumento ontológico (V. prueba) ontológica). Kant edifica estas críticas, y en particular la última, a base de una concepción del ser según la cual “ser” (Sein) no es “un predicado real”, “sino la posibilidad de una existencia”. En todos los casos, arguye Kant, se han abandonado las precauciones establecidas en el curso del examen de las condiciones del conocimiento. Las ideas de la razón pura han sido erróneamente tomadas como ideas constitutivas, cuando a lo sumo, son únicamente ideas regulativas. (…)

La metafísica parece, pues, imposible. Ello no quiere decir que las proposiciones metafísicas no tengan sentido; quiere decir únicamente que no pueden ser probadas “teóricamente”. Ahora bien, hay una esfera en la cual la metafísica se inserta de nuevo, bien que bajo forma no “teórica”: es la esfera “práctica” o esfera de la moralidad. De este modo se cumple el propósito de Kant de “descartar a la razón para abrir paso a la fe (la creencia)”. En la esfera de la razón práctica no hay necesidad de poner de lado a Dios, a la libertad y a la inmortalidad: estas “ideas” aparecen como “postulados de la razón práctica” y, por tanto, se hallan más firmemente arraigadas en la existencia humana que si dependieran únicamente de los argumentos producidos por la razón pura. La razón práctica es, en efecto, la razón en su uso moral. No es una razón distinta de la teórica; es un “uso” distinto de la razón. A base del examen de este uso Kant procede a desarrollar su ética en la Crítica de la razón práctica (y en la Fundamentación de una metafísica de las costumbres). Una de las nociones centrales de tal “crítica”, sino la noción central, es la de “buena voluntad” (V.) Kant procede a criticar la llamada “ética de los bienes”, la cual es una ética que no puede proporcionar nunca normas de acción absoluta; sólo la buena voluntad es absoluta – o, mejor dicho, absolutamente buena. Así, Kant estima que únicamente merecen el calificativo de “morales” los actos que se asientan en la buena voluntad sin restricciones. Por eso en la división de los imperativos (V.) morales en hipotéticos y categóricos sólo a estos últimos compete la moralidad absoluta. La ética de Kant insiste continuamente en su oposición al eudemonismo (v.), pero no simplemente, como algunas veces se ha pretendido, por un afán excesivo de rigorismo, sino porque la busca de lo moral tiende a excluir todo lo contingente: lo moral no puede ser para Kant un más o menos correcto o conveniente. Cierto es que hay asimismo en Kant la expresión ética de ciertas experiencias vitales: la insistencia en el carácter sagrado del deber (v.), la célebre invocación al mismo, es una demostración de que en su dilucidación crítica ha anudado siempre lo que le dictaba su experiencia vital con las exigencias del análisis: el deber es, en efecto, sagrado, tanto por la estimación que el hombre Kant sentía por el cumplimiento del mismo, como porque en él se manifiesta la última racionalidad de lo moral. Pero el cumplimiento del deber, la sumisión de la ética a la buena voluntad sin restricciones, el imperativo categórico no sólo son expresiones de una ética que ya no se ve sometida a ninguna relativa contingencia; por ellas llega la razón a ordenar al hombre algo que no se encuentra fuera, mas dentro del hombre mismo: la racionalidad última del deber es la racionalidad del hombre, aquello que confiere al hombre su humanidad. La coincidencia de lo personal con lo universal queda de esta manera confirmada: la universalidad del imperativo categórico es una universalidad que no sacrifica, sino que apuntala la personalidad del hombre (V.), de la persona contra toda posible heteronomía y, de otra, la libertad de la voluntad que se manifiesta en la determinación de ella por la sola racionalidad. Las dificultades que plantea el tradicional conflicto del bien con la virtud tienen que quedar resueltas mediante los postulados __Dios, libertad, inmortalidad—que significan a su vez la solución de la cuestión religiosa. La crítica de la razón práctica viene entonces a desbrozar el camino para una serie de cuestiones que la crítica de la razón pura había planteado: el determinismo de la Naturaleza parecía destruir la libertad y hacer imposible la moralidad, pero ésta aparece ahora no sólo plenamente justificada, sino justificada con toda la universalidad requerida; los postulados de la razón práctica abren paso a la vida religiosa, que la misma sumisión de la religión a la moral parecía eliminar. La práctica soluciona así las antinomias de la razón pura y posibilita la metafísica dogmático-práctica, primer paso para una “metafísica intuitiva” que aunque resulte inasequible en el curso de la vida finita del hombre, puede ser considerada como un ideal hacia el cual se oriente la razón una vez desbrozados los caminos por la crítica. Finalmente, a la existencia dispuesta sólo para el conocer se sobrepone y llega a vencerla la existencia dispuesta para el bien obrar. El primado de la razón práctica es la expresión última de esta actitud que anuncia el característico primado de la voluntad sobre la contemplación. (…)

Los elementos aprióricos del sentimiento son examinados por Kant en la Crítica del juicio, en el curso de una investigación que lleva a un doble resultado: coronar las dos anteriores “Críticas” y los análisis anejos a ellas y plantear de manera limpia el problema que acaso Kant perseguía por encima de todo: el problema de la posibilidad de una metafísica crítica exenta de supuestos arbitrarios y enemiga de una construcción del objeto a partir de su concepto. Kant formula, por lo pronto, la pregunta por la aprioridad del juicio estético; la conjunción de la libertad y de la universalidad del placer estético no puede resolverse con la mera imposición de un conjunto de normas al arte. Por el contrario, Kant procura salvar la libertad y la genialidad artística en el marco de un rigorismo no menos firme que el existente en la esfera de la ética. La noción de finalidad sin fin (V. Estética) permite, en efecto, acordar lo puesto por la imaginación con lo puesto por el entendimiento sin que haya, por parte de la primera, sumisión al concepto. Aquí se cumplen las condiciones del juicio reflexivo, destinado a explicar la dependencia en que lo particular se halla respecto a lo general, la relación que lo vincula a una finalidad, tal como ocurre, junto a los juicios del sentimiento estético, en la teleología de la Naturaleza. De ahí la unión de ambos temas en el marco de la crítica de la facultad del juicio. El juicio reflexivo no implica la determinación del objeto como objeto del conocimiento, sino meramente el hecho de sumirlo bajo una regla. Lo particular sigue dependiendo de lo universal, pero este universal es, por así decirlo, lo que precisamente se busca. Tal condición se expresa sobre todo en la teleología de la Naturaleza. El examen de lo orgánico permite averiguar que la finalidad no es en esta zona algo susceptible de reducción paulatina a lo mecánico. Lo cual en modo alguno significa que el reino de la Naturaleza quede de este modo escindido; la finalidad es aquí como la regla y norma universal que explica la particularidad de lo mecánico. Pero tal finalidad se revela no sólo en lo vital, más también y especialmente en la Naturaleza considerada como un conjunto. Esta Naturaleza no puede ser simplemente deducida del concepto universal que pueda proporcionar una te4leología, pero no porque forme el contexto de una serie de acontecimientos mecánicos, sino porque haría falta una intuición que sólo puede poseer de modo completo el creador del mundo. Por eso el saber de lo natural es siempre aspiración a ese saber intuitivo que, por otro lado, constituye el fundamento último de todo conocimiento. Al atacar decididamente estos problemas, la crítica del juicio parece proponerse al mismo tiempo la unificación del abismo abierto en las dos anteriores críticas, entre el determinismo de la Naturaleza y la libertad de la voluntad, por cuanto en el plano en que se desenvuelve el juicio reflexivo (v.) Juicio Facultad del) se juntan las razones teórica y práctica y, en última instancia, lo sensible y lo inteligible. Pues de la misma manera que el saber intuitivo radical, imposible de hecho en un entendimiento finito, podría proporcionar un saber total de la Naturaleza, un concepto de ésta que fuera a la vez aprehensión del objeto y libertad de la voluntad podría explicar la dependencia en que el fenómeno se halla con respecto al fundamento absoluto. Este es en gran parte el tema de esa “metafísica dogmático-práctica” a la que nos referimos ya antes y que está destinada a penetrar intuitivamente en el reino del nóumeno sin por ello invalidar el saber científico-natural. (…)

Este tipo de consideraciones, que apuntan en la tercera “Crítica”, fueron desarrolladas por Kant en los “escritos póstumos”. Un importante tema en éstos es el de la “filosofía trascendental” como “totalidad de los principios racionales que culmina a priori en la totalidad absoluta de su sistema”. Con estas y otras consideraciones similares Kant pareció alejarse de su anterior cautela y convertir la filosofía en una “construcción a priori de la experiencia”. Caben pocas dudas de que, en algunos por lo menos de los fragmentos “póstumos”, Kant se movía en esta dirección, pareciendo anticipar con ello algunos de los supuestos fundamentales del idealismo postkantiano. En todo caso, las ideas de la razón pura organizadas en un sistema son presentadas en dichos fragmentos como el fundamento de la posibilidad de toda experiencia – en una forma parecida a la desarrollada por Fichte. Sin embargo, sería precipitado concluir que Kant “recayó” con ello en la metafísica. Por una parte, no parece haber abandonado nunca el propósito de desarrollar una metafísica; lo único que sucedía es que pensaba que antes de desarrollarla había que “fundarla” y desbrozar el camino de todas las trampas colocadas por la razón pura. Por otra parte, el tipo de pensamiento metafísico que propone Kant en las obras póstumas, aunque mucho más “constructivo” que el que aparece en las “Críticas”, y en particular en la de la razón pura, no es especulativo en el sentido tradicional: la filosofía trascendental como “filosofía pura”, aunque no mezclada con elementos empíricos y aunque capaz (en principio) de establecer de un modo absoluto las condiciones de la experiencia, no se halla separada (en una de las interpretaciones de Platón cuando menos) del mundo sensible. Junto a la fundamentación de la experiencia como experiencia hay la necesidad de integrar la razón con la experiencia. La filosofía –tanto en cuanto metafísica como en cuanto “filosofía trascendental”—sigue siendo una parte de la “crítica de la razón pura”, según indica Kant explícitamente en uno de los fragmentos (III, p: 1). Al fin y al cabo, aunque “ciencia”, la filosofía trascendental sigue siendo “una ciencia problemática” (VIII, 1) y la experiencia de la cual constituye la posibilidad, bien que una experiencia total, sigue estando basada en la “síntesis a priori”: la conciencia, dice Kant, es ciertamente el primer acto de la razón y en ella se funda últimamente toda experiencia, pero el segundo acto es la intuición y el tercero el conocimiento. (…)” Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Ed. Sudamericana, Bs As, 1965, Tomo I: 1043-1048

 

 

LEIBNIZ, G.W.:Nuevos ensayos sobre el entendimiento humano (Intro) Bibliografía/Posgrado UNMSM

“Las insuficiencias estilísticas de la obra de Leibniz, al menos en lo que respecta a la forma de desarrollarse el diálogo, hay que referirlas al contenido mismo de la filosofía que va a expresarse, y en particular a la Teodicea futura. Aunque uno se piense platónico, lo que ya no cabe es la posibilidad de escribir los diálogos como los escribía Platón, pues no se puede reconstruir el espacio plural y corporal en el cual se daban su marco dichos diálogos. La escritura individual, hecha para ser leída por un lector absoluto, organiza un campo de relaciones absolutamente diferente, y las formas posibles de expresar un pensamiento están determinadas por la estructura de dicho campo de relaciones. (…)” ECHEVERRÍA, Javier (Introducción): LEIBNIZ, Gottfried Wilhelm: (1983): 32-33

Friedrich Nietzsche: Sobre verdad y mentira en el sentido extramoral.

 

UNMSM-Posgrado Historia de la Filosofia 2014-II

Seminario Filosofia Moderna

Profesor: Jaime Villanueva

Introducción

Hemos elegido como tema de trabajo para este curso, la obra de Friedrich Nietzsche, precisamente por ser un autor que desconocemos y que siempre nos ha resultado lejano. Al leerlo, hemos constatado su valor e interés y agradecemos la oportunidad de formular nuestra apreciaciones al respecto. En la medida que Nietzsche es un autor crítico del modelo moderno occidental, vale decir, ahora; capitalismo post-industrial e informatizado, nos parece una herramienta valiosa para sostener discursos críticos y divergentes. Sin embargo, señalamos que tras este breve paréntesis, dejamos a Nietzsche en su lugar histórico y retornamos a nuestro interés por la obra cartesiana (Chomsky) y kantiana (Lévi-Strauss) que son nuestras principales motivaciones de investigación, en temas como la filosofía de la mente, las neurociencias, las ciencias cognitivas, etc.

1. Contextualización e importancia teórica de obra nietzscheana

1.1 Nietzsche y la modernidad

Visto con la necesaria objetividad, podemos situar la obra nietzscheana en el ámbito de los discursos críticos de la modernidad. Esta obra está definida por un notable interés por la estética y las artes clásicas, siendo comprensible el giro que da el autor de un interés filosófico a un interés propiamente filológico. Ciertamente, la obra de este autor es una crítica cultural de la modernidad occidental europea[1]

Esta crítica cultural, esta convicción, le da direccionalidad y sentido a su obra que así se convierte en sistemática[2] Nietzsche construye su sistema, pasando de la crítica a la propuesta de un nuevo sistema categorial y de valores. Creemos que este sentido crítico innovador es lo que le hadado vigencia hasta la actualidad –al menos en el mundo cultural de la filosofía europea “continental”--. Esto le otorgaría un valor positivo y consistente.

1.2 Nietzsche y el nihilismo

Nietzsche parte de la constatación de la decadencia del sistema cultural europeo y propone una renovación del sistema de valores imperante[3]. De hecho, considera, que si filosofía tiene algún valor, dicho valor reside en otorgar un horizonte, una escala de propuestas y una posibilidad de cambiar sino el mundo, por lo menos si, la vida. Y hablamos de la vida, como el concepto primordial en Nietzsche, en base al cual, se ha de juzgar todo lo demás: historia, cultura, moralidad, conocimiento, etc. El nuevo hombre, el “Superhombre” sólo existirá en la medida que se afirme en el vitalismo, en la exaltación, en la alegría, en la fuerza natural que le da cuerpo y textura a su presencia[4].

2. Conceptos clave en la obra Nietzscheana

2.1 DESTRUCCION DE LA FILOSOFIA Y DE SU HISTORIA

Nietzsche plantea una revisión total del discurso filosófíco y de su historia, pasando por su destrucción; dejando de lado la metafísica, la religión y colocando en su lugar a la “Voluntad de poder” que es la motivación que pone en movimiento la vida del hombre y con ello el desarrollo y existencia de la sociedad y la cultura[5]. Esto lo llevará a asumir una dicotomía presente ya en los valores fundacionales de occidente (el mundo griego) la dicotomía entre lo apolíneo y lo dionisiaco.

2.2 DIALECTICA CONTRA TRAGEDIA

Esta confrontación de valores señalada, grosso modo, entre la razón y la vitalidad[6] será de aquí en adelante, el factor principal de discusión para el filósofo germánico. Considera el autor que este conflicto entre racionalidad e irracionalismo ha sido el principio de una larga serie de malas comprensiones y problemas de convicción en el mundo cultural europeo. La pretensión socrática de comprender el mundo, mediante la razón es sólo un absurdo impulso suicida y fallido que debe dar paso a la recuperación de lo que sería nuestra verdadera naturaleza de seres humanos, íntegros y complejos[7]. Sólo teniendo esto en claro, podemos acceder a una correcta comprensión del pensamiento nietzscheano[8] El cual tenía claro que para su comprensión se requería de espíritus nobles, sensibles y valerosos: una aristocracia del espíritu, entendida como ser los “mejores” en tanto disponibilidad a contemplar y a vivir.[9]

3. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral

3.1. Rechazo de intelectualismo.

Nietzsche desconfía del intelectualismo puro, al que considera como negación de la vida. Esta, la vida, está “en otra parte” (como décadas después diría el poeta surrealista André Breton)[10] esto no convierte al autor germánico en un apologista de la barbarie, sino en alguien que rescata aquel elemento vital que la “cultura” ilustrada (según su punto de vista) ha ocultado y escondido. Lo verdaderamente auténtico.

3.2 Lo verdaderamente auténtico[11]

Esta nueva moralidad, esta nueva forma de comprendernos surge de aquello que la historia, en su violencia, ha negado. Surge como nuestro verdadero reflejo en una antigua superficie de obsidiana: un reflejo oscuro, pero por antiguo, más real que toda la virtualidad (ya hablando de nuestro tiempo, el siglo XXI) que nos rodea y consume, a nosotros, estudiantes y teóricos.

4. Legado nietszcheano

4.1. Crítica de la Ilustración

El legado nietzscheano sería en principio, una llamada de atención para no sobrevalorar el hemisferio intelectual del mundo cultural, y si más bien, para completar su presencia con los aspectos propios de la vida concreta, natural y auténtica[12]. Esto implica una crítica de la Ilustración como modelo socio-cultural de cohesión pública, reemplazándola por una naturalización de la cultura y una desconfianza en el valor de la ciencia, entendida como teoría y reflexión[13].

4.2 Pensamiento en Nietzsche[14]

Para Nietzsche, el acto de pensar es casi como un acto y un don artístico[15]. Esto puede, en cierta medida, explicar su interés por las artes como el teatro y la música. No hay para Nietzsche, amargura en el pensar; hay más bien un optimismo y una apuesta por la satisfacción y la libertad. Esto lo acercaría a pensadores del anarquismo y el socialismo, coetáneos suyos como Marx o Bakunin (como de hecho, el ya mencionado André Breton trató en el siglo XX de cohesionar marxismo y psicoanálisis, identificando revolución con satisfacción de instintos. De hecho, nada más alejado para el filósofo germánico, de la vida concreta, que el “teórico”, el “pensador”, el “intelectual puro” El “filósofo”[16] (Sócrates, p. ej.) está en las antípodas de la vida y del goce. Es antinatural y debe ser desplazado por el Superhombre. Señalamos nuestro rechazo de esta postura falsamente vitalista y simplemente irracionalista.

Conclusiones

1. El principal aporte de Nietzsche sería el constituirse en soporte legítimo de una correcta crítica de la modernidad (algo válido aun, para nosotros, latinoamericanos, “periféricamente” occidentales)

2. El nihilismo no sería una falta de creencia en lo real y verdadero, sino el ejercicio del sentido crítico para así cuestionar los constructos conceptuales, confirmados por la institucionalidad cultural y académica.

3. No se pretende una pura y simple destrucción de la filosofía, sino su revisión en cuanto a fundamentos y propuestas para así poder acceder, a lo realmente humano que debería ser comprendido por una filosofía vitalista.

4. Se cuestiona la primacía dada a la esfera intelectual, racional, pues se considera que no logra abarcar toda la densidad y extensión de la espiritualidad humana. Se propone la dimensión de la vida y el éxtasis como necesaria esfera que complementa lo intelectual.

5. El Superhombre y la aristocracia del espíritu no son conceptos basados en la supremacía de una clase o una etnia determinada, sino el producto de asumir la vida de manera real (no artificial) y de ser sensible y receptivo a lo verdaderamente humano y valioso.

[1] “La doctrina filosófica de Nietzsche cuyo carácter poético y personal ha sido muy insistentemente subrayado, es también, en cierto modo, como la de Kierkegaard, una filosofía existencial, pero de un “existencialismo” de muy distinto sentido y contenido. Suelen distinguirse en su evolución filosófica tres períodos más o menos definidos: el primero, que va desde sus estudios en Leipzig hasta 1878, se caracteriza por sus primeros trabajos de interpretación y crítica de la cultura y por su devoción schopenhaueriana y wagneriana; es la época de El origen de la tragedia en el espíritu de la música (1872), de La filosofía en la época trágica de los griegos (1874), de las Consideraciones intempestivas (1873-1876). El segundo período, donde rinde homenaje a la cultura y al espíritu libres, en un sentido semejante al de la Ilustración francesa, es representado por Humano, demasiado humano (1876-1880), Aurora (1881) y La Gaya Scienza (1882). El tercero y último, el llamado período de Zaratustra o de la “voluntad de poder”, comprende: Así habló Zaratustra (1883), Más allá del bien y del mal (1889), Genealogía de la moral (1887), El caso Wagner (1888), El ocaso de los ídolos (1889), los diversos planes para Inversión de todos los valores, con El Anticristo, El Inmoralista, La Crítica de la filosofía, y, finalmente, su obra capital, La Voluntad de poder, Ensayo de una trasmutación de todos los valores, ejecutado en parte fragmentariamente, ampliación y realización de los planes anteriores, con las tesis sobre El nihilismo europeo, la Crítica de todos los valores, los Principios de una nueva tabla de valores, y los aforismos definitivos sobre El eterno retorno. Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Sudamericana, Bs As, 1965, Tomo II: 285

[2] Sin embargo, a través de estos períodos, en apariencia tan distintos, late en Nietzsche una perfecta unidad y para decirlo con Pfänder, un sistema. Este sistema resulta más comprensible desde su última fase, donde quedan englobados los momentos anteriores, desde la época schopenhaueriana y la distinción entre el espíritu apolíneo y el espíritu dionisíaco, hasta los intentos para establecer una nueva tabla de valores. La distinción entre lo apolíneo y lo dionisíaco en la cultura griega y, a través de ella, en toda la cultura occidental, es resuelta por Nietzsche mediante una acentuación del elemento último, entendido como una afirmación de la vida, como una voluntad de vivir. Esta voluntad, que ofrece, en su concepción, caracteres ahistóricos, que significa una negación de toda la cultura alemana de su época y, sobre todo, de la identificación hegeliana de lo real con lo racional, tiene como natural consencuencia una aguda crítica del filisteísmo cultural, que Nietzsche ve representado ante todo en David F. Strauss y que extiende a la cultura burguesa y satisfecha, a la vida que no se resigna a “vivir en peligro”. Genialidad y estética y espíritu trágico, música y desmesura son las categorías con las cuales construye Nietzsche el primer andamio de su sistema, en el cual no puede quedar excluida, sino integrada, la aparente fase contradictoria del amor al iluminismo volteriano, porque éste no es entendido como un optimismo filisteo sobre el progreso, sino, siguiendo las tendencias de los moralistas franceses del setecientos, como una verdadera y profunda comprensión del alma humana, de su valor tanto como de su incurable estupidez. El supuesto iluminismo de Nietzsche es, consiguientemente, sólo una preparación para su posterior e incisiva crítica de la cultura europea, para la elaboración de su propia filosofía, en donde el radical pragmatismo vitalista y aun biológico no logra desvirtuar su descubrimiento del elemento en que reposa necesariamente la cultura: la creación del valor. (…) Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Sudamericana, Bs As, 1965, Tomo II: 285

[3] Este descubrimiento de los valores, realizado al hilo de una constante polémica contra la moral, por la cual entiende Nietzsche casi siempre lo que llama “moralina”, es el resultado de un análisis apasionado y hondo de los valores de la cultura europea, valores que ve encarnados en el cristianismo, el socialismo y el igualitarismo democrático. Nietzsche sustenta que semejantes ideales no son sino formas de una moral que debe ser superada mediante un punto de vista situado más allá del bien y del mal, manifestaciones de una vitalidad descendente, de un ascetismo al cual opone como valor supremo la vitalidad ascendente, la voluntad de vivir y, en última instancia, la voluntad de poder. La lucha contra los valores vigentes hasta la fecha implica, ciertamente, la demostración de su secreta llaga, la evidencia tanto de la falsedad radical del pretendido objetivismo del hombre de ciencia como del espíritu decadente del cristiano, en el cual ve Nietzsche una manifestación del resentimiento moral. (…) Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Sudamericana, Bs As, 1965, Tomo II: 285-286

[4] Frente a estos valores, Nietzsche acentúa lo que llama, con término no siempre unívoco, la vida. Esta es la norma y el valor supremos, al cual deben someterse los restantes, pues la voluntad de vivir es el mayor desmentido posible a la objetividad, al igualitarismo, a la piedad y compasión cristianas. Pero la voluntad de vivir, que es voluntad de poder y de dominio, exige, junto con la crítica de dichos falsos valores, la erección de un nuevo ideal del Superhombre, que es “el sentido de la Tierra”, pues “el hombre es algo que debe ser superado”. El Superhombre es aquel en quien la voluntad de dominio se revela en toda su fuerza; es el que está situado verdaderamente más allá de la moral, el que tiene el valor de afirmar frente a la moral la virtù en el sentido del Renacimiento italiano. El Superhombre es el que vive en constante peligro, el que, por haberse desprendido de los productos de los productos de una cultura decadente, hace de su vida un esfuerzo y una lucha. Si el Superhombre tiene alguna moral, es la moral del señor, opuesta a la moral del esclavo y del rebaño y, por lo tanto, opuesta a la moral de la compasión, de la piedad, de la dulzura femenina y cristiana. La idea del Superhombre, con su moral del dominador y del fuerte, es ya la primera inversión de los valores, pues éstos adquieren una jerarquía contraria cuando son contemplados desde su punto de vista. Objetividad, bondad, humildad, satisfacción, piedad, amor al prójimo son valores inferiores; están en un rango distinto del que supone el esclavo, pues la vida y su afirmación, el poder y su afirmación son infinitamente superiores a ellos y exigen la creación de una nueva tabla estimativa, de la tabla en donde la objetividad es sustituida por la personalidad creadora, la bondad por la virtù, la humildad por el orgullo, la satisfacción por el riesgo, la piedad por la crueldad y el amor al prójimo por el amor a lo lejano. Estos son los valores de la vida ascendente, los valores que la cultura europea ha rechazado, desembocando por ello en su estado actual, en el nihilismo que se anuncia y para cuya música “todos los oídos están aguzados”. El profetismo de Nietzsche es pura y simplemente una consecuencia de su crítica de los valores de la cultura presente, pues la cultura que ha abrazado una falsa tabla de valores debe desembocar necesariamente en el hundimiento y en la decadencia, debe quedar sepultada por la marea que avanza impetuosa y de la cual sólo se salvarán los que sientan como propia la necesidad de superación del hombre. La filosofía de Nietzsche está enteramente expresada en los principios de su nueva valoración, que comprende la subordinación del conocimiento a la necesidad vital e inclusive biológica, la formación de una lógica para la vida, el establecimiento de un criterio de verdad según la elevación del sentimiento de dominio, la negación de lo universal y necesario, la lucha contra todo lo metafísico y absoluto. Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Sudamericana, Bs As, 1965, Tomo II: 286

[5] Crítica e inversión de los valores que exige a la vez una destrucción de la filosofía y de su historia; en lugar de los valores morales aparecen los valores naturales; en lugar de la sociología, la doctrina de las formas de dominio (o de poder); en lugar de la teoría del conocimiento, una jerarquía de los afectos estructurada de acuerdo con el principio de la voluntad de poder; en lugar de la metafísica y de la religión, la doctrina del eterno retorno. Esta última doctrina que desempeña acaso el papel culminante en la filosofía de Nietzsche, que hace de ésta una mítica y una filosofía de la salvación, es llamada por Nietzsche “una profecía”; su demostración científica no oculta su esencial motivo, ese motivo que Unamuno ha visto en la sed de inmortalidad y que el propio Nietzsche ha considerado desde un punto de vista moral, dando a cada uno de los momentos de la existencia un valor infinito por la forzosidad de su repetición eterna. El medio para sobrellevar esta doctrina es justamente la transmutación de todos los valores; sólo por ella puede ser entendido el mundo, ya en un sentido plenamente metafísico, como la manifestación de la voluntad de dominio, como la voluntad de dominio misma, como “algo que debe repetirse eternamente, como un devenir que no conoce satisfacción, aburrimiento, ni fatiga”. Ferrater Mora, José: Diccionario de Filosofía, Ed. Sudamericana, Bs As, 1965, Tomo II: 286

[6] Lo “Dionisiaco”, lo “Apolíneo” y el “Problema de Sócrates” .En Leipzig Nietzsche lee El mundo como voluntad y como representación de Schopenhauer y queda fascinado. Más adelante escribiría: “Encontré el libro en la tienda de libros antiguos del viejo Rohn (…) en casa me recosté en el sofá (…) y dejé que aquel genio enérgico y tenebroso comenzase a actuar sobre mí. En cada página la renuncia, el rechazo, la resignación, elevaban la voz: tenía ante mí un espejo en el cual contemplé (…) el mundo, la vida y mi ánimo mismo. Allí, semejante al sol, estaba fijo en mi el gran ojo del arte, separado de todo; allí veía yo enfermedad y curación, exilio y refugio, infierno y paraíso.” Siguiendo las huellas de Schopenhauer, Nietzsche piensa que la vida es una irracionalidad cruel y ciega, dolor y destrucción. El arte es el único que puede ofrecer al individuo la fuerza y la capacidad necesarias para afrontar el dolor de la vida, diciéndole si a ésta. En El origen de la tragedia (1872) Nietzsche busca demostrar que la civilización griega presocrática estalla en un vigoroso sentido trágico, que es una embriagadora aceptación de la vida, una valentía ante el hado y una aceptación de los valores vitales. El arte trágico es un valeroso y sublime decirle sí a la vida. De este modo Nietzsche invierte la imagen romántica de la civilización griega. Sin embargo, la Grecia de la que habla Nietzsche no es la Grecia de la escultura clásica y de la filosofía de Sócrates, Platón y Aristóteles, sino la Grecia de los presocráticos (Siglo VI a.C.), la de la antigua tragedia en la que el coro lo era todo, o por lo menos, el elemento esencial. Nietzsche considera que el secreto de este mundo griego consiste en el espíritu de Dionisos. Dionisos es la imagen de la fuerza instintiva y de la salud, es ebriedad creativa y pasión sensual, es el símbolo de una humanidad en pleno acuerdo con la naturaleza. Junto a lo “dionisíaco”, el desarrollo del arte griego está ligado –afirma Nietzsche- a lo “apolíneo”, que es una visión ideal, un intento de expresar el sentido de las cosas con una medida y una moderación, y que se explicita mediante figuras equilibradas y límpidas. “El desarrollo del arte está ligado a la dicotomía existente entre lo apolíneo y lo dionisíaco, en la misma manera en que la generación surge de la dualidad de los sentidos en permanente contienda recíproca y en reconciliación meramente periódica (…) En sus (de los griegos) dos divinidades artísticas, Apolo y Dionisos, se fundamenta nuestra teoría, según la cual en el mundo griego existe un enorme contraste –enorme por su origen y por su fin- entre el arte figurativo, el de Apolo, y el arte no figurativo de la música, que es propiamente el de Dionisos. Los dos instintos, tan diversos entre sí, avanzan uno al lado del otro en abierta discordia en la mayoría de los casos (…) hasta que, en virtud de un metafísico milagro de la “voluntad” helénica, acaban compareciendo emparejados, y gracias a este acoplamiento final engendran la obra de arte, tan dionisíaca como apolínea, que es la tragedia ática.” (…)

[7] Sin embargo, cuando con Eurípides se intenta eliminar de la tragedia el elemento dionisíaco a favor de los elementos morales e intelectualistas, entonces la clara luminosidad en relación con la vida se transforma en superficialidad silogística: surge Sócrates con su loca presunción de entender y dominar la vida mediante la razón, y así aparece la verdadera decadencia. Sócrates y Platón son “síntomas de decaimiento”, instrumentos de la disolución griega, pseudogriegos, antigriegos”. La dialéctica, escribe Nietzsche, “sólo puede ser un recurso extremo en las manos de quien no posee otras armas (…). Lo cual nos demuestra su escaso valor”. La verdad es que “los filósofos y los moralistas se engañan a sí mismos, cuando creen salir de la décadence por el simple hecho de que se declaran en guerra contra ella (…) lo que escogen como remedio, como áncora de salvación, en sí mismo considerado no es más que una nueva manifestación de la décadence; transforman su expresión, pero no la suprimen. Sócrates fue una equivocación: toda la moral del perfeccionamiento, incluida la cristiana, ha sido una equivocación… La luz diurna más cruda, la racionalidad a cualquier precio, la vida clara, prudente, consciente, sin instintos, en contraposición a los instintos, no era más que una enfermedad diferente y en ningún caso un retorno a la virtud, a la salud, a la felicidad”. “Sócrates, sencillamente, fue un enfermo crónico.” Se mostró hostil a la vida, quiso morir. Dijo que no a la vida; abrió un período de decadencia que sigue destrozándonos hasta nuestros días. Luchó contra la fascinación dionisíaca. Sin embargo, “la fascinación dionisíaca no se limita a renovar los vínculos existentes entre un hombre y otro: también la naturaleza, alienada, áspera y subyugada, celebra la fiesta de reconciliación con su hijo pródigo, el hombre. La tierra brinda de buen grado sus dones, y las fieras rapaces de las cuevas y de los desiertos se acercan pacíficamente. El carruaje de Dionisos, está cubierto de flores y de guirnaldas; la pantera y el tigre tiran de él. Cámbiese el “himno a la alegría” de Beethoven en un cuadro pintado con diversos colores, y no se ponga freno a la propia imaginación cuando millones de seres se echen temblando al suelo, conmocionados por el prodigio: sólo así podemos aproximarnos a lo que es la fascinación dionisíaca. El esclavo se libera, todos rompen las rígidas y hostiles barreras que la necesidad, el capricho o la moda insolente han erigido entre los hombres. En el evangelio de la armonía universal todos se sienten reunidos, reconciliados, fundidos con su prójimo y hechos uno solo con él, como si hubiese desgarrado el velo de Maya y revolotease hecho jirones ante el misterio del uno primigenio.” Reale, Giovanni-Antiseri, Dario: Historia del pensamiento filosófico y científico, Herder, Barcelona, 1988, Tomo III del Romanticismo hasta hoy: 382-384

[8] “El conformismo, la parsimonia, la necia solidez satisfecha, no el pecado, es lo que clama al cielo, lo que imposibilita todo acceso al pensar nietzscheano. Por ello es necesario romper la coraza de pesadez, drenar la grasa de estulticia que infarta los nervios del espíritu, es necesario sinceridad y valentía, sencillez y ardor, espíritu jovial. El lector de Nietzsche siempre tiene que estar afinando el oído, presto a escuchar lo inaudito.” CHIAPPO, Leopoldo: Nietzsche, dominación y liberación, (edición del autor) Lima, 1978: 16

[9] ESPIRITU “Zaratustra se puso triste y dijo a su corazón: no me entienden, yo no soy la boca para esas orejas” F. Nietzsche, Así hablaba Zaratustra, Prefacio, 5, 78-79. Traducción de L. Chiappo, de la versión italiana de Mazzino Montinari, Adelphi, Milano. Vol VI, Tomo I. “Zaratustra se refería al vulgo, concepto que no se identifica con pueblo ni excluye necesariamente a intelectuales, doctores y clases superiores. Se trata en realidad de la vulgaridad espiritual insensible al fuego del espíritu. Y es la transformación radical de la conciencia la que abre los oídos a nuevas canciones”: Ibid, Op. cit.: 16

[10] “El Engaño o Arte de Fingir del Intelecto Humano. Es digno de nota que sea el intelecto quien así obre, él que, sin embargo, sólo ha sido añadido precisamente como un recurso de los seres más infelices, delicados y efímeros, para conservarlos un minuto en la existencia, de la cual, por el contrario, sin ese aditamento tendrían toda clase de motivos para huir tan rápidamente como el hijo de Lessing (el hijo del filósofo Lessing murió a los dos días de haber nacido). Ese orgullo liga el conocimiento a la sensación, niebla segadora colocada sobre los ojos y los sentidos de los hombres, les hace engañarse sobre el valor de la existencia, puesto que aquél proporciona la más aduladora valoración sobre el conocimiento mismo. Su efecto más general es el engaño –pero también los efectos más particulares llevan consigo algo del mismo carácter-.” NIETZSCHE, Friedrich: Sobre verdad y mentira en sentido extramoral, Tecnos, Madrid, 2010: 23

[11] “El intelecto, como medio de conservación del individuo, desarrolla sus fuerzas principales, fingiendo, puesto que éste es el recurso merced al cual sobreviven los individuos débiles y poco robustos, aquellos a quienes les ha sido negado servirse, en la lucha por la existencia, de cuernos o de la afilada dentadura del animal de rapiña. En los hombres alcanza su punto culminante este arte de fingir; aquí el engaño, la adulación, la mentira y el fraude, la murmuración, la farsa, el vivir del brillo ajeno, el enmascaramiento, el convencionalismo encubridor, la escenificación ante los demás y ante uno mismo, en una palabra, el revoloteo incesante alrededor de la llama de la vanidad es hasta tal punto regla y ley, que apenas hay nada tan inconcebible, como el hecho de que haya podido surgir entre los hombres una inclinación sincera y pura hacia la verdad.” Ibid, Op. cit: 23

[12] “El conflicto entre ciencia y vida. ¿Es preciso sacrificar la humanidad en aras de una verdad reducida a los hechos? ¿Es lícito sacrificar la vida a la locura de una verdad a toda costa? Con estas dramáticas preguntas, Nietzsche no sólo cuestionaba el optimismo del hombre teórico y la ilusión socrática de acceder a una total inteligibilidad del mundo, sino que experimentaba la paradójica situación de una racionalidad justificada aunque carente de consecuencias prácticas” CANO, Germán: Nietzsche y la crítica de la modernidad, Biblioteca Nueva, Madrid, 2001: p. 65

[13] El camino crítico que anuncia Nietzsche no sólo parece deslindarse de cualquier “analítica de la verdad”, sino también parece indiferente a cualquier tipo de mantenimiento o conservación de una herencia o “suelo” primeramente considerado como “ilustrado”. Como ya quedara evidenciado en el planteamiento frankfurtiano de la “dialéctica de la ilustración” y en el problema foucaltiano del poder, la interrogación sobre las relaciones entre la Aufklärung y la crítica va a tomar el aspecto de una mayor desconfianza o de una interrogación que no tiene más remedio que “perder suelo” y asumir una fuerte impronta experimentalista a fin de rozar una cuestión de ambigüedad casi paradójica: ¿de qué excesos de poder, de dominación (en otros términos: de qué debilitación de nuestra voluntad, de nuestra vida) tanto más inadmisible cuanto se justifica racionalmente, es, en cierta medida, responsable históricamente, esta misma razón, ¿necesita “voluntad de verdad?” Ibid, Op. cit.: 369

[14] Metodología nietzscheana: “Los fragmentos póstumos de Nietzsche lo muestran reflexionando sobre el sustento de su pathos siempre en constante movimiento. Pero frente a sí mismo, su prospección no pretende dominar lo que ahí cambia: al contrario, busca adaptarse al movimiento subterráneo; porque nadie elige nacer como tal. Lo que ha decidido la elección permanece fuera de cualquiera –fuera- que se designa como fatum (…) Cuando se trata de elaborar su expresión para dirigirse a sus contemporáneos, Nietzsche se aparta de estas grietas, y retoma casi de inmediato los hábitos cotidianos de discusión, todos hábitos basados en “los prejuicios de los sentimientos” (…) Sin embargo, volviendo a adoptar espontáneamente el lenguaje de los prejuicios, no puede dejar de desarrollar los propios ni aparentemente evitar considerarlos como conceptos. De ahí que su discurso, tomando parte de un trasfondo, incoherente y arbitrario con respecto al intelecto, debe fingir que defiende la coherencia restrictiva de la receptividad intelectual.” Klossowsky, Pierre: Nietzsche y el círculo vicioso, Altamira, Bs As, 2000, Nota Adicional a la Semiótica de Nietzsche: 243

[15] “En Nietzsche el pensamiento, es un acto de alta intensidad emocional. Cuando pensaba le sucedía lo mismo que a otros cuando sienten. Hay en juego una pasión y una excitación que nunca pueden permitir que el teatro de los pensamientos se convierta en mero reflejo de la vida, o en una rutina profesional. “Todavía vivo, todavía pienso, tengo que vivir todavía, pues todavía tengo que pensar (3.52) No se halla aquí ninguna obligación moral. No, para Nietzsche el pensar es un placer sin parangón, en ningún caso quiere renunciar a él, y está agradecido a la vida por haberle concedido este placer. Quiere vivir para poder pensar y en tanto piensa, soporta aquellos ataques del cuerpo que podrían quitarle el gusto de vivir. Lima las palabras y los pensamientos, a fin de que surja algo que “ofrezca consuelo a todos”, algo “imperecedero”, (…).” Safransky, Rüdiger: Nietzsche. Biografía de su pensamiento, Tusquets, Barcelona, 2002: 192

[16] Cuando Nietzsche, al final de su obra, se pregunta sobre El origen de la tragedia, reconoce en ella dos innovaciones esenciales que desbordan el cuadro semi-dialéctico, semi-schopenhaueriano: una es precisamente el carácter afirmador de Dionysos, la afirmación de la vida en lugar de su solución superior o de su justificación. Por otra parte, Nietzsche se congratula por haber descubierto una oposición que en lo futuro iba a adquirir toda su amplitud. Porque, a partir del Origen de la tragedia, la verdadera oposición no va a ser la oposición sólo dialéctica entre Dionysos y Apolo, sino aquélla, más profunda, entre Dionysos y Sócrates. No es Apolo el que se opone a lo trágico o por quien lo trágico muere, es Sócrates. Y Sócrates no es ni apolíneo ni dionisíaco. Sócrates viene definido por una extraña inversión: “Mientras en todos los hombres productivos el instinto es una fuerza afirmativa y creadora, y la conciencia una forma crítica y negativa, en Sócrates el instinto pasa a ser crítico y la conciencia creadora”. Sócrates es el primer genio de la decadencia: opone la idea a la vida, juzga la idea por la vida, presenta la vida como si debiera ser juzgada, justificada, redimida por la idea. Lo que nos pide, es llegar a sentir que la vida, aplastada bajo el peso de lo negativo, es indigna de ser deseada por sí misma, experimentada en sí misma: Sócrates es el “hombre teórico”, el único verdadero contrario del hombre trágico.” Deleuze, Gilles: Nietzsche y la filosofía, Anagrama, Barcelona, 2002, La evolución de Nietzsche, pp: 23-24

 

Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política, Karl Marx (posgrado/Notas)

1) “Analizaré el sistema de la economía burguesa por este orden: capital, propiedad del suelo, trabajo asalariado, Estado, comercio exterior, mercado mundial. Bajo los tres primeros títulos, investigo las condiciones económicas de vida de las tres grandes clases en que se divide la moderna sociedad burguesa; la conexión entre los tres títulos restantes salta a la vista. La primera sección del libro primero, que trata del capital, contiene los siguientes capítulos: 1) La mercancía; 2) el dinero o la circulación simple; 3) el capital en general. Los dos primeros capítulos forman el contenido del presente fascículo. Tengo ante mí todos los materiales de la obra en forma de monografías, redactadas con grandes intervalos de tiempo para el esclarecimiento de mis propias ideas y no para su publicación; la elaboración sistemática de todos estos materiales con arreglo al plan apuntado dependerá de circunstancias externas.” MARX, Karl: Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política, En: Karl Marx, escritos sobre materialismo histórico, Alianza, Madrid, 2012: 173-174

2) “Aunque había esbozado una introducción general, prescindo de ella, pues, bien pensada la cosa, creo que el adelantar los resultados que han de demostrarse, más bien sería un estorbo, y el lector que quiera realmente seguirme deberá estar dispuesto a remontarse de lo particular a lo general. En cambio, me parecen oportunas aquí algunas referencias acerca de la trayectoria de mis estudios de Economía Política. (…) Mis estudios profesionales han sido los de Jurisprudencia, a la que, sin embargo, sólo me dediqué como disciplina secundaria, al lado de la Filosofía y la Historia. (…)”MARX, Karl: Prólogo de la Contribución a la crítica de la economía política, En: Karl Marx, escritos sobre materialismo histórico, Alianza, Madrid, 2012: 174

 

Artículo expositivo argumentación Jürgen Habermas (esquema) Posgrado FLCH Unmsm

Autor: Phi Mg Leonel Silva (UNMSM)

e-mail: leonel.silva@unmsm.edu.pe

Resumen: 1er argumento. Contexto histórico. Marco teórico, Estado de la cuestión. Análisis comparativo de argumentos expuestos (9 líneas)

 Primer argumento

“Antes de entrar con más detalle en las reflexiones de Habermas sobre comunicación, quisiera decir unas pocas palabras acerca del status metodológico de las “ciencias reconstructivas”. Habermas utiliza este término para designar toda empresa que tenga por objeto la reconstrucción explícita, sistemática, de un conocimiento implícito, “preteórico”. Ejemplos familiares serían “la explicación de un concepto” tal como la construye Carnap, el análisis lógico de las proposiciones y de los argumentos, y la lógica y la metodología de la ciencia, así como la concepción chomskiana de la gramática generativa. Dicho en términos muy generales, la tarea de las disciplinas de este tipo puede ser caracterizada en términos de la distinción de Ryle entre Knowing how y Knowing that. La idea subyacente es que los sujetos hablantes y agentes saben cómo llevar a cabo, realizar, ejecutar y producir, una serie de cosas sin hacer referencia explícita, o sin ser capaces de dar una explicación explícita de, los conceptos, reglas, criterios y esquemas en que se basan sus realizaciones. Así uno puede producir enunciados con sentido, argumentos correctos, buenas teorías, oraciones gramaticales correctas, basándose simplemente en el propio conocimiento y habilidades implícitas –esto es, sin saber que al hacer tales cosas uno está empleando ciertas operaciones, está aplicando ciertos criterios, y siguiendo determinadas reglas. El fin de la reconstrucción racional es, precisamente, hacer explícito, en términos “categoriales”, la estructura y elementos de ese Know-how (saber cómo) “que se denomina de forma práctica, preteórica”.

Existe una serie de observaciones importantes que hacer en relación con este tipo de empresa.

1.     El ámbito objetual de la ciencia reconstructiva es de un orden distinto que el de las ciencias físicas; pertenece a la “realidad simbólicamente estructurada” del mundo social.(…)”

2.     Aunque todas las disciplinas que poseen una dimensión hermenéutica investigan este orden de realidad, lo distintivo de las ciencias reconstructivas es que tratan de descubrir su “estructura profunda”. Es decir, mientras que muchas formas de explicación del significado se ocupan primariamente de las relaciones semánticas que pueden extraerse de la “estructura superficial” de una lengua (cultura, forma de vida, etc), la reconstrucción racional tiene por objeto revelar el sistema de reglas subyacentes a la producción de configuraciones simbólicas provistas de sentido. Su meta no es una paráfrasis o una traducción de un significado originalmente oscuro, sino un conocimiento explícito de las reglas y estructuras cuyo dominio subyace a la capacidad que tiene un sujeto de generar expresiones con sentido (10. Habermas se refiere a este dominio como una “conciencia de regla” (Regelbewusstsein) de un hablante competente. Dado el contraste entre conocimiento implícito y explícito, que subyace a la idea de reconstrucción racional, tal expresión puede en cierto modo conducir a equívocos. Típicamente, el dominio de reglas generativas es intuitivo,y en este sentido preconsciente.)

3.     “Si el conocimiento preteórico que hay que reconstruir expresa un Know-how universal, una competencia (o sub-competencia) cognitiva, lingüística, o interactiva, lo que empieza siendo una explicación del significado acaba teniendo por objeto la reconstrucción de competencias de la especie. Estas reconstrucciones pueden compararse, en su alcance y en su status, con teorías generales. Así por ejemplo, el estudio de la gramática generativa por parte del lingüista, el estudio de las relaciones de exclusión, de implicación y de consistencia entre las proposiciones por parte del lógico, y el estudio de los esquemas cognoscitivos por parte del psicólogo evolutivo no tienen simplemente por objeto la reconstrucción de competencias especiales de grupos o de individuos particulares, sino de competencias universales de la especie.” McCarthy, Thomas (2002): La teoría crítica de Jürgen Habermas, Madrid, Tecnos: 320-321

Contexto histórico, explicación teórica, influencias, formación, aporte teórico, originalidad (9 lineas)

1.1  Interpretaciones-Objeto de estudio del autor señalado

“Por lo pronto, a mi parecer la TAC contiene necesariamente aquellos enunciados formales-universales que explican la relación interna entre la posible comprensión de actos de habla y el saber (que hay que presuponer) acerca de las condiciones del ejercicio posible de las pretensiones de validez de los actos de habla. Este tipo de enunciados queda representado resumidamente en Habermas por la siguiente definición:”Comprendemos un acto de habla si sabemos lo que lo hace aceptable” (TAC I, p: 400). Hasta aquí –como declara Schnädelbach con razón— no se produce ninguna divergencia respecto a la valoración usual de la relación entre comprensión y valoración; pues la definición de Habermas no incluye la tesis de que para comprender tendríamos que saber se cumplen las condiciones de aceptabilidad. (Compárese con la proposición de Wittgenstein: “Comprender una proposición significa saber lo que sucede cuando es verdadera. (Se puede también comprenderla sin saber que es verdadera)”, Tractatus, 4.024). (…) Aquí está perfectamente prevista la posibilidad de la abstención valorativa, como defienden Max Weber y la constitución empírico-analítica de las teorías. Incluso la distinción entre las condiciones para el posible ejercicio y la constatación, si es que existen, es a mi juicio el auténtico recurso filosófico que hace posible en las ciencias histórico-hermenéuticas una abstención valorativa abstractiva y metodológicamente fijada. Por lo demás, no hay que confundir, a mi juicio, esta fijación metodológica de la abstención valorativa con la neutralidad valorativa frente al objeto que es necesaria en las ciencias de la naturaleza, pues en este último caso no existen en absoluto pretensiones de validez o razones, por el lado del objeto, que hay que comprender y enjuiciar.” Apel, Karl Otto (2004): Apel versus Habermas, Granada, Comares: 62

 

 

Problemática vigente, objeto de estudio, exigencia y sentido de la filosofía de autor. Necesidad y praxis de la autocrítica.

1)     Primer elemento (problema) explicación, situación vigente, pregunta general y especifica

2)     2do elemento (problema) corriente filosófica, postura del autor (afirmación y crítica)

3)     3er elemento que condiciona necesidad de la crítica

1.2  Contexto histórico del primer argumento (25 lineas)

“Una crítica del logocentrismo occidental, distinta, menos dramática, pero que puede ir verificándose paso por paso, comienza por las propias abstracciones de ese logos exento de lenguaje, universalista y carente de cuerpo. Concibe el entendimiento intersubjetivo como telos inscrito en la propia comunicación lingüística cotidiana y el logocentrismo del pensamiento occidental, extremado en términos de filosofía de la conciencia, como un recorte y una distorsión sistemáticos de un potencial operante ya siempre en la práctica comunicativa cotidiana, pero del que sólo se hace un uso selectivo. Mientras la autocomprensión occidental siga concibiendo al hombre como un ser que en su relación con el mundo se caracteriza por el monopolio que representa su capacidad de salir al encuentro del ente, de conocer y manipular objetos, de hacer enunciados verdaderos y llevar a efecto intenciones, la razón, ya sea en el plano ontológico, en el plano de la teoría del conocimiento o en el plano del análisis del lenguaje, queda restringida a una sola de sus dimensiones. La relación del hombre con el mundo experimenta una reducción cognitivista: en el plano ontológico se restringe al mundo del ente en su conjunto (como totalidad de los objetos representables y de los estados de cosas existentes); en el plano de la teoría del conocimiento, a la capacidad de conocer estados de cosas existentes o de llegar a producirlos mediante una actividad racional con arreglo a fines; y en el plano semántico, al habla constatadora de hechos en la que se emplean oraciones asertóricas; y no se permite otra pretensión de validez que la de verdad proposicional de la que uno puede disponer in foro interno. (…) En filosofía del lenguaje, este logocentrismo –desde Platón a Popper— ha venido a reducirse a la afirmación de que sólo la función lingüística que la exposición de estados de cosas representa constituye un monopolio humano. Mientras que el hombre comparte con los animales la función apelativa y la función expresiva (Bühler), únicamente la función representativa sería determinante para la razón. Sin embargo, basta recurrir a las evidencias que pone a nuestra disposición la reciente etología, y en especial a los experimentos de adquisición (artificialmente inducida) del lenguaje en los chimpancés, para percatarse de que lo que es peculiar a nuestra forma de vida sociocultural y constituye la etapa de una reproducción de la vida que genuinamente podemos llamar social no es per se el empleo de proposiciones, sino el uso comunicativo de un lenguaje proposicionalmente articulado.” Habermas, Jürgen (2008): El discurso filosófico de la modernidad, Buenos Aires, Katz: 337-338

 

 

Crítica racional: necesidad, situación problemática, dificultades

Solución aportada por el autor: crítica racional de la propia razón; condición, significado, aporte

1.3  Especificidad de argumento

El modelo sujeto-objeto de la filosofía de la conciencia se ve atacado a principios de este siglo por dos frentes: por parte de la filosofía analítica del lenguaje y por parte de la teoría psicológica del comportamiento. Ambas renuncian a un acceso directo a los fenómenos de conciencia y sustituyen el saber-se intuitivo, la reflexión o la introspección, por procedimientos que no apelan a la intuición. Proponen análisis que parten de las expresiones lingüísticas o del comportamiento observable y que quedan abiertos a una comprobación intersubjetiva. El análisis del lenguaje hace suyos los procedimientos usuales en lógica y en lingüística de reconstrucción racional de la capacidad que tienen los sujetos para hacer uso de ciertas reglas, y la psicología del comportamiento adopta los métodos de observación y las estrategias interpretativas de la investigación etológica[1].

Solución propuesta por el autor, mención de obra, explicación; condiciones, objetivo del autor

Contrastación con datos históricos, aporte del autor

Condiciones de aporte, problematicidad, objetivos (26 lineas)

1.4  Crítica de argumento especifico

Estas dos corrientes de crítica a la filosofía de la conciencia, pese a tener un común origen en el pragmatismo de Ch. S. Pierce, se han alejado la una de la otra; sus acuñaciones más radicales se han desarrollado de forma independiente. Por añadidura el positivismo lógico y el behaviorismo se deshacen del paradigma de la filosofía de la conciencia a costa de eliminar de un plumazo los problemas planteados en esa tradición, bien sea retrocediendo al análisis de lenguajes científicos artificialmente construidos, bien sea limitándose al esquema del comportamiento, determinado por estímulos, de un organismo. No obstante, el análisis del lenguaje ha logrado liberarse del estrechamiento que representaba el dogmatismo de sus orígenes. Tanto por la línea que parte de Carnap y Reichenbach, pasa por Popper, y desemboca en la teoría postempirista de la ciencia, de un lado, como por la línea que parte del primer Wittgenstein, pasa por el segundo Wittgenstein y Austin, y desemboca en la teoría de los actos de habla, de otro, el análisis del lenguaje ha logrado reconquistar la complejidad del planteamiento desarrollado por Peirce. Por el contrario, la teoría psicológica del aprendizaje ha tomado un derrotero que, pese a intentos ocasionales de liberalización, se sigue manteniendo dentro de los límites de una metodología objetivista. De ahí que si queremos liberar la fuerza revolucionaria que tienen las categorías de la teoría del comportamiento, si queremos liberar la capacidad que este enfoque tiene de romper el paradigma de la filosofía de la conciencia, tengamos que retornar a la psicología social de G.H. Mead. (…) También se impone volver a la teoría de la comunicación de Mead porque ésta representa un punto de intersección de las dos tradiciones de crítica a la filosofía de la conciencia que se remontan a Peirce.[2]

a)     Base de análisis-critica, límites

b)    Manera de conducir la evaluación –problema—

c)     Conclusión preliminar (cita APA: apellido, año: No de página)

1…,2…,3….(Cita APA)

 

Explicación, Áreas filosóficas implicadas

 

Aportes específicos del autor. Explicación de c/u

Contextualización preliminar, precisiones (Cita APA)

 

1.5  trasfondo del problema en cuestión

2.        TAC II:

Aunque Mead no toma nota del giro lingüístico acaecido en filosofía, sorprende, cuando hoy se miran las cosas retrospectivamente, las coincidencias que se dan entre el análisis del lenguaje y la teoría de la ciencia cuando estos se desarrollan en dirección hacia una pragmática formal, por un lado, y la psicología social de Mead, por otro. Mead analiza los fenómenos de conciencia desde el punto de vista de cómo se constituyen éstos en las estructuras de la interacción mediada por el lenguaje o mediada por símbolos. El lenguaje tiene una significación determinante para la forma sociocultural de la vida: “En el hombre la diferenciación funcional a través del lenguaje da lugar a un principio de organización totalmente diferente que produce no solamente un distinto tipo de individuos, sino también una sociedad distinta.”[3]

Mead introduce su teoría bajo la denominación de “Behaviorismo social” con el fin de subrayar la nota de crítica a la filosofía de la conciencia: las interacciones sociales configuran a partir de oraciones y acciones una estructura simbólica a que puede referirse el análisis como a algo objetivo. Más, pese a esa denominación entre el enfoque de Mead y el Behaviorismo se dan diferencias metodológicas. El modelo de que parte Mead no es el comportamiento de un organismo individual que reacciona a los estímulos de su entorno, sino la interacción en que a lo menos dos organismos reaccionan el uno al otro. “En psicología social no construimos la conducta del grupo social en términos de la conducta de los distintos individuos que la componen. Antes bien, partimos de un todo social dado de compleja actividad grupal, dentro del cual analizamos (como elementos) la conducta de cada uno de los distintos individuos que la componen.”[4] Pero Mead no solamente rechaza el individualismo metodológico de la teoría del comportamiento, sino también su objetivismo. No quiere ver reducido el concepto de comportamiento a reacciones comportamentales observables, sino que tal concepto ha de incluir también el comportamiento simbólicamente orientado y dar cabida a la reconstrucción de estructuras generales de la interacción lingüísticamente mediada: “La psicología social es behaviorista en el sentido de que parte de una actividad observable --el proceso dinámico en curso y los actos sociales que son sus elementos constituyentes—que ha de estudiarse y analizarse científicamente. Pero no es behaviorista en el sentido de ignorar la experiencia interna del individuo –la fase interna de ese ´proceso, de esa actividad—“[5] Frente al aspecto de comportamiento, el sentido materializado en una acción social es algo externo, y, sin embargo, en tanto que algo objetivado en expresiones simbólicas, ese sentido resulta públicamente accesible, no es algo meramente interno como acontece con los fenómenos de conciencia: “Dentro del acto mismo, existe un campo que no es externo, sino que pertenece al acto y hay características de esa conducta orgánica que se revelan en nuestras actitudes, especialmente en las conectadas con el habla.”[6] (…) Y al dar cabida así en el behaviorismo a un concepto no reduccionista del lenguaje, en la obra de Mead quedan unidos los dos enfoques de crítica a la filosofía de la conciencia que después de Peirce siguieron derroteros distintos: la teoría del comportamiento y el análisis del lenguaje. (…)”

Habermas, Jürgen (1992): Teoría de la acción comunicativa, II. Crítica de la razón funcionalista, Madrid, Taurus: 9-12

 

Explicación de aporte de autor, en qué consiste? Qué plantea? Que lo caracteriza y destaca? 8 lineas

Contexto histórico, condiciones del objeto de estudio, cualidades, limitaciones, explicación de la problemática 10 lineas

Argumentación, contribución del autor (demostración)

1…, 2…, 3…,

Presupuestos metodológicos

Cualidades de la ciencia, diferencias respecto de la filosofía, fundamentación del problema observado

Conclusión preliminar, preguntas, explicación (30 l)

1.6. Planteamiento del autor

1)     EPIGRAFE INICIAL)“(…) El significado de las oraciones en que aparecen términos singulares como «yo» y «tú», «aquí» y «ahora», «éste» y «aquél», varía con la situación de habla. Sólo si se conoce la situación de habla puede entenderse a qué se refieren estas expresiones. El intérprete, o bien tiene que conocer ya como participante en la interacción el contexto en que se apoya el hablante, o bien tiene que pedir al hablante que formule explícitamente sus supuestos implícitos. Para satisfacer esta exigencia el hablante tendría que sustituir las expresiones indéxicas, relativas a la situación, por expresiones independientes de la situación; por ejemplo, por coordenadas de espacio y tiempo o por otras descripciones definidas. En las comunicaciones cotidianas son del todo habituales tales esfuerzos por hacer parcialmente explícito el saber contextual para remover así malentendidos relativos a las presuposiciones en que nos estamos basando. Pero estas tentativas conducen a un regreso: toda nueva explicación depende a su vez de otras presuposiciones. El contexto del habla puede así progresivamente aclararse en el marco de las comunicaciones cotidianas, pero en principio no puede rebasarse. Garfinkel subraya con toda razón que las manifestaciones en que aparecen expresiones indéxicas tampoco han menester que se las «ponga en orden», por cuanto que la dependencia respecto del contexto no es ningún pecado, sino condición necesaria del uso normal de nuestro lenguaje. Pero Garfinkel reviste esta observación trivial de un peculiar dramatismo, y la utiliza para subrayar violentamente en los procesos de interpretación, junto con el momento exploratorio, el momento creador de proyección y generación cooperativas de vigencias comunitarias ocasionales. Esto ilumina la vinculación hermenéutica del intérprete a su situación de partida.” Habermas, Jürgen (1998): Teoría de la acción comunicariva, I Racionalidad de la acción y racionalización social, Madrid, Taurus: 174-175

 

(Cf. P. ATTEWELL, «Ethnomethodology since Garfinkel», Theory and Society, I, 1974, 179 ss.; D. H. ZIMMERMANN, «Ethnomethodology», Am. Sociologist, 13, 1978, 6 ss.) En: Habermas, Jürgen (1998) Ibid: 174

 

Explicación, aporte del autor, especificidad, delimitación, paráfrasis (Cita APA) (10 lineas)

Contextualización histórico-cultural, Argumentación, explicación. 16 lineas

Conclusión Definición, ejemplos historia filosofía. 1er autor expuesto conclusión preliminar

2do autor expuesto, explicación consecuencias

3er autor explicación consecuencias

Similitudes diferencias

Definicion propuesta por nuestra investigación

NOTAS:

1.     Apel, Karl Otto (2004): Apel versus Habermas, Granada, Comares

2.     Habermas, Jürgen (2008): El discurso filosófico de la modernidad, Buenos Aires, Katz: 337-338

3.     Habermas, Jürgen (1992): Teoría de la acción comunicativa, II. Crítica de la razón funcionalista, Madrid, Taurus: 9-12

4.     Habermas, Jürgen (1998): Teoría de la acción comunicariva, I Racionalidad de la acción y racionalización social, Madrid, Taurus: 174-175

5.     McCarthy, Thomas (2002): La teoría crítica de Jürgen Habermas, Madrid, Tecnos

 

 

 



[1] Esto lo hace notar el propio Mead en su introducción metodológica a sus lecciones de psicología social, Mind, Self and Society, 2: “Históricamente el Behaviorismo entró en la psicología a través de la psicología animal.” Cito según la versión alemana de la obra de Mead: Mind, Self and Society, publicada póstumamente en 1934, por Ch. W.Morris. Corregiré, sin embargo, la traducción en algunos pasajes en que me parece imprescindible hacerlo. Sobre la dudosa traducción de “Self” por “Identität” Cfr. Las observaciones de Tugendhat (1979), 247 (Nota del Traductor: en esta versión castellana, las citadas de Mind, Self and Society están traducidas directamente del inglés; Cito por la edición de G.H. Mead, Mind, Self and Society, University of Chicago Press, 1934.

[2] Para una buena introducción a la obra de Mead: H. Joas “G.H. Mead” en Käesler, 2 (1978) 17 ss. Joas suministra también una detallada bibliografía, 417 ss. Utilizo además las ediciones: G.H.Mead Selected Writings, ed. A, J. Reck, Indianapolis, 1964; G.H. Mead, Philosophie der Socialität, ed. Por H. Kellner, Francfort, 1969 s; G.H. Mead, On Social Psychology, ed. A. Strauss, Chicago, 1966 (…) La bibliografía más importante sobre H. G Mead: M Natason, The Social Dynamics of G. H. Mead, Washington, 1956; A. Reck, “The Philosophy of G. H. mead” Tulane Studies in Philosophy, 12 (1963), 5 ss.; H. Blumer, “Sociological Implications of the Thought of G. H. Mead” AJS, 71 (1966), 535 ss.; G.A. Cook, The Self as Moral Agent, tesis doctoral, Yale, 1966; K. Raiser, Identität und Socialität, Munich, 1971; sobre la influyente prosecución del interaccionismo simbólico por Blumer, cfr. C.McPhail, C. Rexroat, “Mead vs. Blumer”, ASR, 1979, 449 ss.; D. Miller, G.H.Mead: Self, Language and the World, Chicago, 1980. On lo que estoy más en deuda, es con la excelente tesis doctoral deH.Joas, Praktische Intersubjektivität, Francfort, 1980.

[3] Mead (1934), 234

[4] Mead (1934), 7

[5] Mead (1934), 7

[6]

1.1.2 El concepto de teología en Spinoza

 Mis ojos se elevaron al cielo, no dijiste que sin ellos estaría ciego. Iconos que alimentan los fuegos Iconos que caen de las agujas... Sio...