martes, 10 de julio de 2018

La noción de ética en Ernst Tugenhadt. Un enfoque analítico-hermenéutico.


Seminario de Ética. Doctorado en Filosofía UNMSM 2018-I (10/07/2018)
Profesor: Dr. Raimundo Prado
Alumno: Mg. Leonel Silva Montellanos, 16037158

La noción de ética en Ernst Tugenhadt. Un enfoque analítico-hermenéutico.

                                                    Introducción

1.    Ethos y Polis

“La ética, considerada en sí misma, es primariamente personal. Es cada hombre quien, desde dentro de la situación en que, en cada momento de su vida, se encuentre, ha de proyectar y decidir lo que va a hacer. Entre las diversas posibilidades que sea capaz de concebir, para salir de cada situación, es él quien ha de elegir. Entre los diversos proyectos de vida que forje como hacederos, es él también quien ha de preferir. El quehacer de cada acto y el quehacer de la vida en su totalidad unitaria es a cada hombre, al “interesado”, como suele decirse, a quien incumbe. No sólo eso. Las “normas” o “modelos” de comportamiento y de existencia, conforme a las cuales decidimos “hacer” nuestra vida, han de ser libremente aceptadas por cada uno de nosotros para que el acto y la vida sean morales. Para ello deben pasar, previamente, por el tribunal de nuestra conciencia moral, que los calificará como “deberes”. Sólo cuando, de este modo, las hacemos nuestras e incluso nos las incorporamos por vía de hábito, puede decirse, en rigor, que nos hacemos responsables de ellas.”[1]
Ciertamente, la ética me acompaña desde que tengo la madurez emocional y el conocimiento intelectual necesarios para asumirme como responsable de mi libertad. No será otro individuo quien viva mi vida por mí, seré yo quien conduzca y fortalezca las orientaciones y bases de mi destino. En la medida que soy un hombre libre, he de construir las relaciones sociales en las que estará insertada mi existencia –obviamente reconociendo las condiciones objetivas como el tiempo y el lugar de nacer, que no han dependido de mi voluntad ni elección--.
Cabe señalar que si estoy en la circunstancia de tener pareja y formar familia, habré de asumir las respectivas responsabilidades como son la vida compartida, la necesidad de la manutención –para lo que habré de asegurarme un trabajo estable y digno--, y en general, el habituarme a la vida compartida, a los afectos y voluntades con los que he de convivir.
Por lo señalado, sólo podrá exigirse de mí, coherencia en los compromisos, si he aceptado mi responsabilidad con total libertad y conciencia. Es dicha libertad y conciencia, las que hacen de mí un ser moralmente capacitado, un ser libre y digno. El reconocimiento de los deberes para con los demás y conmigo mismo estará equilibrado con el reconocimiento de mis derechos por parte de la sociedad de la que formo parte como ciudadano pero ante todo, como persona.
Este sentimiento experimentado de la empatía y la solidaridad son los que garantizan mi condición humana que se hace real en tanto me comunica y me permite compartir con los demás. Es mi libertad y altruismo digno, aquello que me humaniza.
2.    Sociedad y Estado

“(…), la llamada “ética política” tendría por objeto enseñarnos cómo debe ser y organizarse la societas civilis y conforme a qué principios debe gobernarse, para que esta societas y este gobierno sean morales; esto es, para que satisfagan las exigencias de la “ética general”. (…) De acuerdo con tal racionalismo ético, se trata, pues, de la “construcción” de un arquetipo de Estado o Estado ideal, al cual debe ajustarse la realidad política. Se parte de la idea y, sin más, se demanda a la realidad que se acomode a ella. En algunos puntos –siempre accidentales—esta construcción del arquetipo no es impuesta unívocamente, con apriorística necesidad, sino que se admite la conveniencia “practica” de toar en consideración las “circunstancias”. Esto acontece, por ejemplo, en lo que se refiere a las formas de gobierno: aunque se sigue especulando, naturalmente, sobre cuál de ellas es, en absoluto, la “mejor”, se admite que, en determinadas circunstancias reales, sea otra “más conveniente”. Pero en definitiva el filósofo moral va perdiendo interés en los temas políticos, a medida que estos temas se van acercando a la realidad. Lo que a él le importa es la tesis, no la hipótesis (para emplear la terminología de la ética escolástica, referente a los problemas de relación entre la Iglesia y el Estado). Que esa tesis sea irrealizable o muy difícil de realizar es cuestión que a él le afecta muy poco. Tal imposibilidad o suma dificultad se encuentra en un plano, el de la realidad, que importa ciertamente al político, pero del que le filósofo, absorto en el “arquetipo” y la “Idea”, se desentiende tranquilamente.”[2]
La ética política es la dimensión social de mi conducta moral. Es el complemento inevitable de mi dimensión subjetiva en la medida que sólo ella me permite coexistir organizadamente con mis semejantes y participar del mundo del trabajo, de la dinámica económica, de la generación de conocimiento y en general, de los principios y beneficios de la vida en sociedad.
Incluso en mi caso, dado que soy ácrata y no creo en la necesidad impostergable del modelo de Estado-nación republicano; reconozco que debe haber un orden social estable, el cual debe estar asentado en el principio de libertad, experimentada de una manera horizontal, no autoritaria, surgida de la libre determinación de las colectividades y de los individuos que las conforman, reemplazando así el Estado autoritario –por definición—por una confederación sindical que organice la sociedad en base al trabajo y la libre asociación de productores/ trabajadores.
Ciertamente, A-cracia (sin poder autoritario; termino más preciso que “an-arche”: sin principio, equivalente etimológico de “nihilismo”: creer en nada) equivale a una reflexión permanente acerca de la moralidad y la ética que la sustenta. Acracia no es caos ni ausencia de intelecto; es un orden práctico y discursivo que nace del debate y aclaración de las ideas.
En términos concretos, siendo ácrata, vivo y coexisto en medio de una democracia republicana y parlamentarista: ello no contradice ni impide mi derecho a discrepar y sostener un modelo divergente de organización social y política.
3.    Ética, moral y etnocentrismo

“Quisiera recordar aquí ante todo la distinción habitual entre ética y moral: la primera es la disciplina filosófica que se ocupa, especialmente desde la Edad Moderna, de la fundamentación de las costumbres refiriéndolas a valores, normas o procedimientos de justificación, o de la justificación de los valores, normas o procedimientos mismos. En cambio, la moral tiene que ver con las propias costumbres, pero no en general sino en cuanto están relacionadas precisamente con ciertos valores, normas o procedimientos. No obstante, a veces se emplea la palabra moral en el sentido de ética. (…) Es probable que el origen occidental de la ética la haya llevado a configurarse como una disciplina etnocéntrica y, más precísamente aún, eurocéntrica. La noción de “etnocentrismo” fue propuesta por el sociólogo norteamericano W. G. Sumner en 1906; según este autor, toda unidad étnica tiende inevitablemente –por lo menos hasta cierto punto—a imponer su propia visión en relación con el “in-group” y con los “out-groups”. (…).  Por etnocentrismo yo quiero entender (Sobrevilla), la tendencia a suponer la propia perspectiva cultural como la privilegiada, si no la única, para considerar cierto problema o conjunto de problemas. Con frecuencia sucede que esta perspectiva diverge de otras por corresponder a una realidad distinta. En este sentido, cuando sostengo que la ética ha sido hasta ahora una disciplina etnocéntrica y, más precisamente aún, eurocéntrica, lo que quiero decir es: 1) que ella ha nacido del intento de fundamentar las costumbres e instituciones europeas, y 2) que en este intento la ética precedente se ha constituido como una perspectiva que pretender ser universal, pero que sólo tiene una pseudouniversalidad y no una universalidad genuina.”[3]

En palabras del profesor Sobrevilla, la moral preexiste a la ética, puesto que la ética reflexiona acerca del hecho moral, siendo así, una disciplina filosófica que se ha desarrollado desde el proceso de modernidad  occidental –modernidad que se mundializó a partir del descubrimiento y conquista de nuevos territorios a partir de fines del siglo XV.
Es decir, la reflexión moral ha sido una de las piezas fundamentales de la construcción cultural occidental. Y ahí viene el origen del problema que es un objeto, entre otros, de nuestra reflexión: el Etnocentrismo.
El etnocentrismo es un rasgo de toda cultura que pretende ser superior; esto es, mejor, que las demás culturas, algo que muchas veces va acompañado de nacionalismos, racismos, militarismos, fundamentalismos ideológicos y religiosos, etc.
Lo notable de este texto del profesor Sobrevilla, es que siendo el filósofo, reconoce las limitaciones del discurso filosófico occidental moderno que en su esfuerzo por justificarse y reafirmarse pretende ser universal, equiparando la noción de hombre, humano, a ser occidental, europeo. Si bien en términos de constitución de poderes fácticos (poder económico, industrial, militar, etc.) Europa y USA están a la vanguardia del resto del mundo, la misma dinámica de la discusión filosófica –en el ámbito de la educación—permite el surgimiento de voces y discursos divergentes en un proceso cada vez más intenso.

4.    La confusión entre tolerancia y relativismo moral
“(…) Aplicado al problema del reconocimiento y la aceptación de diversas formas de vida individuales o grupales, esto significa que del principio de tolerancia no es posible derivar la conclusión de que “todo vale”, para usar la conocida expresión de Paul Feyerabend. (…) Quienes sostienen, con razón, que una de las características fundamentales de la democracia es la tolerancia y al mismo tiempo afirman, erróneamente, que sólo se puede ser tolerante si se es relativista moral tienen también que inferir, erróneamente, que la democracia y los derechos humanos no pueden pretender vigencia universal. Ésta es una grave “confusión derivada” que enfrenta a quienes la sustentan con el falso dilema de ser tolerante (democrático) y entonces no poder formular una defensa mínimamente objetiva de la democracia, o bien pretender justificarla y entonces tener que abrazar la intolerancia.”[4]
Se aprecia aquí, una aparente paradoja: La máxima libertad posible requiere de restricciones que le den definición y le permitan configurarse de manera racional en el mundo social. Una postura pseudo-anarquista como la de Paul K. Feyerabend no resiste el más mínimo análisis, es prosa poética de mal gusto. Incluso desde una postura ácrata como la que personalmente sustento, se reconoce que hay límites para la acción humana: existe un bien universal, existe un mal universal; así mismo existe lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, como escala axiológica y ontológica; quienes defienden el liberalismo a ultranza y el posmodernismo irrestricto, son en el fondo seres provistos de moral reaccionaria que se esmeran en conservar sus privilegios.
5.    La conexión interpretativa entre derecho y moral
“(…) Cuando el proceso jurídico se inicia con actos lingüísticos prescriptivos podría ocurrir teóricamente que esos actos no se concretaran en un texto escrito sino en manifestaciones orales que se transmitieran, también, oralmente recurriendo a la memoria, hasta que, tal vez, algunos de los transmisores las recogiera por escrito. Una vez que se dispone de la manifestación oral o escrita del acto lingüístico prescriptivo, si tiene éxito da origen a la regularidad de conductas y actitudes constitutivas de una práctica social.”[5]
Este argumento es un alegato a favor del orden que representa la cultura del libro, del texto, de la escritura, etc. Definitivamente, una cultura ágrafa posee la respetabilidad de la tradición –lo cual es susceptible de crítica y revisión, por cierto—pero solo se alcanza el estadio de civilización en la medida en que existe ciencias naturales (física, biología) ciencias sociales (antropología, historia) y humanidades (filosofía, lingüística) La justicia racional no funciona en sociedades salvajes, bárbaras o ágrafas. Esta cultura de la información registrada permite la reproductibilidad del conocimiento y su consiguiente socialización.
6) Información para vivir
“Los seres vivos son entidades improbables y enormemente alejadas del equilibrio, sistemas frágiles e inestables que navegan contra la corriente, oponiéndose a la tendencia universal hacía la entropía, resumida en la segunda ley de la termodinámica. (…) Constituyen excepciones locales a la tendencia general al crecimiento de la entropía y el desorden. Tales sistemas sólo pueden surgir, mantenerse y reproducirse a base de detectar, procesar, almacenar y usar información. La existencia, por efímera que sea, de un ser vivo es casi un milagro, (…) Allí donde los cambios del entorno son lentos y a muy largo plazo, el genoma es el procesador más eficiente. (…) Los cerebros son capaces de registrar los cambios al instante, y de procesar la información rápidamente. (…) La cultura es la información que se transmite entre cerebros, es decir, la información transmitida por aprendizaje social.”[6]
Esta afirmación corrobora el argumento que justifica la necesidad de un orden fundacional en la vida social; sólo en el acuerdo libre y sensato, solidario y altruista puede definirse la libertad como expresión mayor de la vida humana. Es la vida humana, en cultura y elevación la que se opone a la nada final y al desastre inminente, esto es, la inevitable muerte. Para ello el ser humano cuenta con un desarrollo neurológico y lingüístico que le permiten manifestar su creatividad y empatía emotiva. Esta empatía también abarca lo cognitivo y así el ser humano se abre a la comunicación en sociedad e inteligibilidad. Esta capacidad es innata, indesligable de su actuar en el mundo y fundamento de solidaridad y conciencia.

Capítulo I. La noción de ética en Ernst Tugenhadt. Un enfoque analítico.

·         Planteo del problema:
“En la ética (…) se piensa que se va a encontrar una reflexión sobre los valores reducida a lo individual y lo intersubjetivo, y se teme que de todos modos aquí no se podrá averiguar nada de validez vinculante, a menos que se recurra a la tradición cristiana u otras tradiciones religiosas. ¿Es realmente lo ético lo decisivo en la vida social o lo son mas bien las decisiones de poder? Y, ¿no son estas las que determinan de hecho, las concepciones éticas de una época? (…) ¿no significa necesariamente un retorno a una ingenuidad hoy en día indefendible el que se quiera abordar la ética directamente y no desde una crítica a las ideologías?”[7]
No está demás señalar esta coherente defensa de la autonomía de la ética. Lo ético, en tanto libre, está por encima del dogma religioso y de las decisiones coyunturales de la política; pero dicha condición de legitimidad y primordialidad ni significa arbitrariedad ni justifica ofensas. Sólo desde la autoconciencia se puede elaborar un discurso sólidamente fundamentado que de un lugar reservado a la autocrítica y sólo desde ahí se puede construir una consistente crítica de los autoritarismos beligerantes que las ideologías enmascaran.
El juicio moral y la obligación moral
       “(…) Preguntamos, entonces, ¿cuándo es moral un juicio y cuando no lo es? Y esto quiere decir siempre: ¿Cuándo lo es desde la perspectiva del que juzga. Es decir: ¿Cuando tiene un significado moral? (un juicio puede ser moral para una persona de un ámbito cultural y no serlo para una persona de otro ámbito cultural). Se puede entender como una moral, el conjunto de juicios morales de los que dispone alguien o un grupo.”[8]
Podemos deducir, leer conceptualmente, que todo acto moral implica un sujeto cognoscente, reflexivo y responsable. Si este individuo socializa de manera correcta su libertad será solidaria con la de sus congéneres en un estado ideal de justicia y respeto; la misma sociedad necesitará de garantizar las libertades ciudadanas para mantener los standarts de armonía, paz y moralidad. Y será la educación la que habrá de formar, tanto en el hogar como en la escuela, la dimensión moral de la persona. De ahí la importancia entre educación, moralidad y civismo en un ambiente de salud y corrección.
      “Bueno” y “Malo”
¿Qué queremos decir cuando afirmamos simplemente que una acción o una manera de comportarse son buenas o malas? De modo similar a cuando se pregunta que significa afirmar de manera absoluta de una acción  o una forma de comportarse que no se puede o no se tiene que actuar así, deberemos incluir esta palabra en la clarificación general del empleo de estas palabras, es decir, de las palabras “buenos “ y “malo”.[9]
Maldad será aquello que vaya contra los principios universales de humanismo y decencia; por el contrario, todo aquello que reafirme la positividad y elevación espiritual será bondad y como tal ocupara un lugar especial en toda correcta jerarquía axiológica. Precisamente, la filosofía tiene como unos de sus roles el analizar e interpretar el lenguaje empleado para así llegar a definiciones que puedan ser asumidas como normas morales elementales y universales.
Fundamentación de la moral
       “He indicado en mi comentario sobre Hume(p.53) que lo  bueno en tanto objetivamente preferible no puede consistir todavía en que todos lo afirmen, puesto que aprobar y desaprobar no son simplemente un sentirse atraído o rechazado que sean iguales para todos, sino que la afirmación practica universal, si se entiende como aprobación, pretende ser justificada.” (…) Aquello que sirve como base a la aprobación en cuanto fundamento es la correspondiente concepción del ser-bueno “por eso” se puede decir entonces, “todos exigen que sea así”[10]
Es decir, la bondad no es algo que yo, impunemente, elija por capricho. La bondad me preexiste y define mi campo de acción en tanto pertenezco a una cultura y a una naturaleza, humanas. Al margen de la tendencia al desorden y violencia que se da en algunas personas –incluso provistas de formación intelectual y académica, lo cual no los libera de las psicopatías— la bondad siempre será uno de los más destacados valores humanos construidos con el esfuerzo de siglos y generaciones, teniendo como referente el ideal espiritual de la justicia, el respeto y el aprecio por lo noble e integro.
La concepción plausible de la moral
       “El fracaso de los intentos de justificación de los diversos planteos modernos podría indicar que la pregunta por la justificación de los diversos planteos morales es una quimera sino se la interpreta en sentido relativo, como ocurre con las concepciones tradicionalistas.”[11]
Si se habla de fracaso de los intentos de justificación secular y que esto llevaría a buscar la garantía de salud moral en fundamentalismos; estamos ante un contrasentido: lo correcto sería afirmar el fracaso de los fundamentalismos intolerantes y la reafirmación de la superioridad espiritual de la libertad de conciencia. Solo un régimen de tolerancia, respeto e inclusión –algo que va más allá de la presente “democracia” puede justificar y garantizar de ahí en adelante una correcta organización cívica y libre, realizada concretamente en asociaciones urbanas de trabajadores[12]
           Contractualismo
       “Podría parecer que las únicas posibilidades que tenemos son: o bien no tenemos como en el contractualismo, ninguna concepción del bien que sea preciso legitimar y aquello que se legitima es solamente el hecho de que la aceptación de un sistema de normas es buenas para el individuo.”[13]
Si bien mi postura ácrata es contractualista desde el momento que postula la libre asociación, la autogestión y el federalismo; aquí hay algo aún por aclarar: lo que distingue al pensamiento “libertarían” (liberal, democrático) de la postura ácrata sindicalista que yo sustento, es que para el liberalismo no hace falta hacer ninguna transformación radical de las estructuras sociales: ”al que le tocó más y mejor, pues que lo conserve y el que tiene menos o peor, solo le queda la resignación” Los ácratas postulamos la desaparición de un sistema basado en la injusticia y los privilegios de clase, enfatizando que nuestros recursos no son ni el terror ni la denominada “lucha armada”. Nos sublevamos ante 2500 años de autoritarismo, esclavitud y opresión. He ahí la verdadera ilustración, el rescate de la tradición de la divergencia.

      Tradicionalismo
“(…) O bien tenemos el concepto de “bueno” de manera gramaticalmente absoluta, y este, por su parte se puede justificar, a partir de un principio que a su vez no se puede fundamentar como en las concepciones tradicionalistas o también en las teorías intuitivas modernas (como la de Rawls), ya sea absolutamente como en el caso de Kant. La fundamentación absoluta no puede proceder de un principio superior, porque ello conduciría a un regreso al infinito, y, por esa razón, Kant la entiende a partir de la idea misma de fundamentación.”[14]
En tanto mi marco metodológico y conceptual es analítico-hermenéutico, todo mi trabajo teórico es una labor a de análisis y crítica. Sin embargo, en tanto pertenezco a una comunidad lingüística y cultural, y además, académica y profesional someto mi discurso al examen crítico de sus postulados por parte de mis interlocutores. Ello quiere decir que participo alturadamente de un debate académico e intelectual que tiene sus bases en los principios de la sociedad civil y es desde aquí que se ha de avanzar y progresar.
Bibliografía

·         (1999) ARANGUREN, José Luis: Ética y política, Biblioteca Nueva, Madrid
·         (2000) Garzón Valdés, Ernesto: Instituciones suicidas. Estudios de ética y política, Paidós Mexicana-UNAM

·         (1991) MOSTERÍN, Jesús: ¿Qué es la Cultura? (Ponencia), UNSA, IV Congreso Nacional de Filosofía

·         (1994) NINO, Carlos Santiago: Derecho, moral y política. Una revisión de la teoría general del derecho, Barcelona, Ariel

·         (2004) SOBREVILLA, David: Ética etnocéntrica y Ética universal, En: OLIVÉ, León (Compilador) Ética y diversidad cultural, FCE, México D.F.

·         (2001) TUGENDHAT, Ernst: Lecciones de ética, Gedisa, Barcelona.









[1] (1999) ARANGUREN, José Luis: Ética y política, Biblioteca Nueva, Madrid: 19

[2] (1999) ARANGUREN, José Luis: Ética y política, Biblioteca Nueva, Madrid: 28

[3] SOBREVILLA, David: Ética etnocéntrica y Ética universal, En: (2004) OLIVÉ, León (Compilador) Ética y diversidad cultural, FCE, México D.F.: 63-64


[4] (2000) Garzón Valdés, Ernesto: Instituciones suicidas. Estudios de ética y política, Paidós Mexicana-UNAM: 202
[5] (1994) Nino, Carlos Santiago: Derecho, moral y política. Una revisión de la teoría general del derecho, Barcelona, Ariel: 86

[6] (1991) MOSTERÍN, Jesús: ¿Qué es la Cultura? (Ponencia), UNSA, IV Congreso Nacional de Filosofía 7-8

[7] (2001) TUGENDHAT, Ernst: Lecciones de ética, Gedisa, Barcelona: 13
[8] (2001) TUGENDHAT Ernst (Ibid): 32-33
[9] (2001) TUGENDHAT, Ernst (Ibid): 48
[10] (2001) TUGENDHAT, Ernst (Ibid):63
[11] (2001) TUGENDHAT, Ernst (Ibid): 76
[12] Esto es una breve digresión basada en mi personal postura ácrata, pero me parece indicado el momento para formularla. Después de todo, la acracia es ante todo una propuesta moral anti-política –dirigida contra el poder en sí mismo, más allá de posibles rótulos--
[13] (2001) TUGENDHAT, Ernst (Ibid): 76
[14](2001) TUGENDHAT, Ernst (Ibid): 76

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